viernes, diciembre 30, 2011

EL TROSTKISMO ES ANTICOMUNISMO

Por: José Sotomayor Pérez



La debacle de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista han servido a los trotskistas para proclamar el triunfo de sus teorías sobre la revolución socialista y la construcción del socialismo. Lo extraño es que hayan convertido a Cuba en su base de apoyo para lanzar su más furiosa campaña anticomunista con ataques demenciales contra Stalin y su obra. En su fobia antistalinista dicen que hoy debe ponerse a Trostky junto a Lenin, pero a su izquierda, porque representa una posición más avanzada más revolucionaria. Estos delirios trotskistas exigen una merecida respuesta.






I


Comencemos por exponer brevemente las relaciones de Lenin con Trotsky, a quienes los trotskistas presentan como camaradas con iguales puntos de vista y fraternas relaciones de camaradas. Esta es una grosera mentira muy fácil de desbaratar, como lo demuestran los siguientes pasajes textuales de Lenin sobre Trotsky:




En su artículo titulado “El Sentido Histórico de la Lucha Interna en el Partido en Rusia” Lenin dice: “Martov expone los puntos de vista del menchevismo. Trotsky marcha a la zaga de los mencheviques encubriéndose con frases singularmente sonoras.


Martov y Trotsky ofrecen a los camaradas alemanes opiniones liberales teñidas de marxismo. “Nos encontramos frente a un ejemplo de frases sonoras, pero hueras, en las que es maestro Trotsky”. “Esta verborrea verdaderamente incontenible no es mas que la “sombra ideológica” del liberalismo. Tanto Martov como Trotsky meten en el mismo saco períodos históricos de naturaleza diferente, comparando a Rusia, que está realizando su revolución burguesa, con Europa que la ha terminado hace mucho.


“Los razonamientos de Martov acerca de la revolución rusa y los de Trotsky sobre la situación actual de la socialdemocracia rusa ofrecen confirmaciones concretas de la inexactitud de sus opiniones fundamentales.






“…si Trotsky dice a los camaradas alemanes que él representa la tendencia general del partido, yo debo declarar que Trotsky solo representa a su fracción y goza de cierta confianza exclusivamente entre los otzovistas y los liquidadores.






En diciembre de 1910, Lenin dirigió su conocida Carta al Colegio del CC. del PSDR en Rusia, en la que hace referencias a Trotsky:






“En nuestros tiempos de confusión, disgregación y vacilaciones, Trotsky puede convertirse fácilmente en el “héroe del día” que agrupe a su alrededor todo lo trivial. Pero cuanto más descarada sea esta tentativa, tanto más grandioso será su fracaso.”






“Está claro que Potrésov ( y los de Golos) y los de Vperiod no han abjurado ni de lo uno ni de lo otro. Trotsky los agrupa y, por medio de fullerías, se engaña a sí mismo, engaña al partido y engaña al proletariado. Lo único que conseguirá en la práctica, es fortalecer los grupos antipartido de Potrésov y Maxímov. El fracaso de esta aventura es inevitable.”






“Trotsky intenta una y otra vez salir del paso recurriendo al silencio o a frases hueras, pues necesita ocultar a los lectores y al partido la verdad, a saber: que los grupos del señor Potresov, de los 16, etc.… se han constituido en fracciones completamente separadas…”






“El bloque de Trotsky con Potresov y los de Vperiod es una aventura precisamente desde el punto de vista de “las bases de principios”. Esto no es menos cierto desde el punto de vista de las tareas políticas del partido.






En enero de 1911 Lenin escribió un artículo lapidario contra Trotsky. Los siguientes son algunos pasajes:






”El Judas Trotski arremetió en el Pleno contra el liquidacionismo y el atzovismo. Tomó a Dios por testigo y juró que era un defensor del partido. Recibió un subsidio.






“Después del Pleno, se debilitó el C.C. y aumentaron su fuerza los de Vperiod: consiguieron dinero. Se fortalecieron los liquidadores…escupieron a la cara del partido ilegal… El Judas echó de Pravda al representante del C.C. y empezó a publicar artículos liquidacionistas.. Y este Judas se da golpes de pecho y grita que es fiel a los principios del partido, asegurando que no se ha arrastrado, ni mucho menos, ante los de Vperiod y los liquidadores… Tal es el rubor de la vergüenza del Judas Trotsky.”






“De aquí se desprende claramente que Trotsky y sus semejantes ”trotskistas conciliadores” son más nocivos que cualquier liquidador…Trotski engaña a los obreros, encubre el mal y hace imposible desenmascararlo y curarse de él..






En diciembre de 1911, en su artículo titulado “Acerca de la diplomacia de Trotski y de una Plataforma de los defensores del Partido, Lenin se refiere a Trotski en los siguientes términos:






“La tarea de Trotski, consiste en encubrir el liqudacionismo, arrojando arena a los ojos de los obreros.






“Con Trotski no se puede discutir a fondo, pues carece de toda opinión. Se puede y se debe discutir con los liquidadores y los otzovistas convencidos; pero con un hombre que juega a ocultar los errores de unos y otros no se discute: se le desenmascara como… diplomático de la más baja calidad.






En marzo de 1914 en su artículo “Desmoronamiento del Bloque de Agosto, Lenin dice:






“Es algo increíble lector. Trotski figura desde agosto de 1912 entre los cabecillas del unificador Bloque de Agosto, pero todo el año de 1913 muestra ya separación de Luch y de los “luchitas.






“Trotski jamás ha tenido ni tiene “fisonomía alguna, no tiene más que migraciones, defecciones del campo liberal al campo marxista y viceversa, fragmentos de sonoras frases y palabrejas arrancadas de acá y de allá.






“De hecho, tras el biombo de frases singularmente sonoras, vacuas y vagas, Trotski, embrollando a los obreros inconscientes, defiende a los liquidadores al silenciar la cuestión de la clandestinidad, al asegurar que no tenemos una política obrera liberal, etc.”.






En su obra “Sobre el Derecho de las Naciones a la Autodeterminación”, Lenin, apabulla a Trotski:






¡El servicial Trotski es más peligroso que un enemigo¡ En ninguna parte, si no es en conversaciones en “conversaciones particulares” (es decir, sencillamente en chismes, de los que siempre vive Trotski), ha podido encontrar pruebas para incluir a los marxistas polacos en general entre los partidarios de cada artículo de Rosa Luxemburgo. Trotski ha presentado a los “marxistas polacos” como gentes sin honor y sin conciencia, que no saben siquiera respetar sus convicciones y el programa de su partido! El servicial Trotski!”.






“Jamás, ni en un problema serio del marxismo, ha tenido, Trotski opinión firme, siempre se ha metido por la rendija de una u otras divergencias, pasándose de un campo a otro. En el momento presente se halla en la compañía de bundistas y liquidadores. Estos señores no tienen muchos miramientos con el partido”.






“Cualquiera que sean los “buenos propósitos” subjetivos de Trotski y Martov, objetivamente apoyan con sus evasivas al socialimperialismo ruso”.






En una carta del 17 de febrero de 1917 a Alejandra Kolontai, Lenin le dice a su amiga y camarada:






“!Que cerdo es este Trotski!: frases izquierdistas y bloque con los derechistas contra los zinmerwaldianos de izquierda! Habría que desenmascararlo (usted) por lo menos, con una breve carta a Social Demócrata”.






El 19 de febrero de 1917, en una carta a Inés Armad, Lenin califica a Trotski de miserable:






“…!ha llegado Trotski y este miserable se ha confabulado en el acto con el ala derecha de Novi Mir contra los zimmerwaldianos de izquierda!. ¡!Así siempre!!.!!Bravo Trotski!!. Siempre fiel a si mismo: raposea, adopta poses de izquierda y ayuda a los derechistas mientras puede…”.






Este es el Trotski que conoció Lenin, el Trotski verdadero y no el que pintan sus admiradores y seguidores, muy bien financiados por el imperialismo. Por eso, resulta realmente extraño que desde Cuba, un grupo de trotskistas agrupados en torno a la familia Hart, vengan haciendo propaganda trotskista furibunda, tomando como pretexto la defensa nada menos que del “auténtico” leninismo. Estos trotskistas, como todos los trotskistas, vomitan bilis contra el constructor del socialismo en la URSS y el que dirigió la derrota del nazi fascismo en la Segunda Guerra Mundial: Stalin. Dicen los trotskistas cubanos que ha llegado la hora de escribir la historia poniendo a Trotski “al lado izquierdo de Lenin”






II






Trotski pidió su ingreso al Partido Bolchevique un mes antes de la Revolución de Octubre junto con su pequeño grupo centrista (oportunista), “Mezhraionstsi”, y fue aceptado por Lenin “reservada y exceptamente”, como el mismo Trotski lo reconoce en su obra autobiográfica, “Mi vida”. No pasó mucho tiempo y este “Judas”, volvió a sus andanzas escisionistas creando una corriente de oposición en el seno del Partido de los bolcheviques. Es necesario exponer, por lo menos en forma resumida, las divergencias principales que surgieron en el Partido de Lenin a causa de la presencia de Trotski en su seno:.






1.-La cuestión de la posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país.- Según Trotski y la oposición por él encabezada, “si la revolución proletaria triunfante en Occidente no llegaba a tiempo en ayuda nuestra, en un futuro más o menos próximo, sería necio pensar que la Rusia revolucionaria podría sostenerse contra la Europa conservadora“. En su folleto titulado “1917”, Trotski repite esta misma tesis: ”Considerar las perspectivas de la revolución social en el marco nacional equivaldría a padecer la misma limitación nacional que constituye la esencia del socialpatriotismo”.






La posición de Lenin y los bolcheviques, expuesta en “El Programa militar de la revolución proletaria” , es totalmente distinta. He aquí lo que dice Lenin:






“El socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno de golpe, todas las guerras en general. Por el contrario, las presupone. El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. De otro modo no puede ser bajo el régimen de producción de mercancías. DE AQUÍ LA CONCLUSION INDISCUTIBLE DE QUE EL SOCIALISMO NO PUEDE TRIUNFAR SIMULTANEAMENTE EN TODOS LOS PAISES. EMPEZARÁ TRIUNFANDO EN UNO O EN VARIOS PAISES, Y LOS DEMAS SEGUIRAN SIENDO, DURANTE ALGUN TIEMPO, PAÍSES BURGUESES O PREBURGUESES”.






2.-La cuestión de la dictadura del proletariado.- La oposición trotskista negaba la existencia de la dictadura del proletariado después de la Revolución de Octubre, afirmando que era una “degeneración termidoriana” la que gobernaba, y que empujaba al país a la restauración del capitalismo.






3.-La cuestión del bloque de la clase obrera con el campesinado medio. La oposición trotskista negaba la posibilidad y necesidad de este bloque, hasta el extremo de afirmar que tal bloque llevaría la revolución a la catástrofe, repitiendo una vieja tesis menchevique.






4.-La cuestión referida al carácter de Revolución de Octubre.- El grupo fraccional de Trotski, consecuente con sus tesis sobre la imposibilidad de la construcción del socialismo, la degeneración termidoriana y el rechazo a la formación de un bloque obrero campesino, negaba el carácter ininterrumpido de la Revolución de Octubre, que llevó hasta el fin la revolución democrático burguesa y dio comienzo a la revolución socialista.






5.-La cuestión de la dirección de las revoluciones en los países oprimidos por el imperialismo.- Partiendo de la diferencia que existe entre el imperialismo y los países que este domina y oprime, Lenin admitía la posibilidad de la formación de un bloque antiimperialista de las fuerzas populares con la burguesía nacional si esta no se opone a la participación de los comunistas en ese bloque.






6.-La cuestión del frente único en el movimiento obrero internacional.- Hay que recordar que fue Lenin quien propuso la táctica del frente único con el fin de que millones de obreros de los países capitalistas, influenciados por la socialdemocracia, pudieran convencerse por experiencia propia de la política justa y acertada de los comunistas. La oposición trotskista negaba rotundamente esta táctica.






7.-El problema de la unidad orgánica del Partido y de su espíritu leninista.- En este problema la oposición trotskista rompió totalmente con los principios leninistas de edificación partidaria, llegando al extremo de formar su propio partido dentro del partido y una nueva internacional comunista.






Estas son las cuestiones principales que pusieron frente a frente al Partido de Lenin y los bolcheviques contra la oposición trotskista. No es difícil constatar la incompatibilidad de ambas posiciones. Haciendo un análisis claro y objetivo de estas divergencias, Stalin, en su Informe ante el XV Congreso del P.C.(b) de la URSS señaló:






“He dicho ya más arriba que, como resultado de nuestro avance, como resultado del desarrollo de nuestra industria, como resultado del incremento del peso específico de las formas socialistas de economía, una parte de la pequeña burguesía urbana, se arruina y se hunde. La oposición refleja las protestas y el descontento de esas capas contra el régimen de la Revolución proletaria”.






Como dijo Stalin en el histórico XV Congreso del PC(b) de la URSS, las raíces sociales de la oposición se encontraban en la pequeña burguesía descontenta por el avance de la revolución socialista, y Trotski era su líder. Un líder que no aceptaba los acuerdos del Partido ni se sometía a sus normas; un verdadero “aristócrata” dentro del Partido, como denunció Stalin. En tal situación se hizo inevitable la expulsión de este engreído “aristócrata”, defensor rabioso de tesis radicalmente opuestas al programa y la línea general del Partido de Lenin.






III






El trotskismo actual viene pregonando a los cuatro vientos la validez de la tesis de la “revolución permanente”, e insisten tercamente en la imposibilidad de ”la construcción del socialismo en un solo país”. Esta prédica rabiosa y sectaria le ha valido el apoyo incondicional del imperialismo y de todos los reaccionarios.






La teoría de la revolución permanente de Trotski es totalmente ajena a la doctrina leninista de la revolución ininterrumpida, que tiene como antecedente inmediato la conocida tesis de Marx y Engels expuesta en marzo de 1850 en su Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas:






“Mientras que los pequeños burgueses democráticos quieren poner fin a la revolución lo más rápidamente que se pueda…nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado”.






Esta tesis es absolutamente ajena a la teoría de Trotski sobre la revolución permanente formulada, por propia declaración, de acuerdo a las enseñanzas de Parvus. En efecto, en su libro “Mi vida”, Trotski dice: que su teoría no se basaba en Marx, sino en el socialdemócrata alemán Parvus, cuyas ideas desarrolló. Hay que recordar que este Parvus se convirtió en un calumniador de la Unión Soviética y en un admirador del imperialismo germano. Es oportuno recordar que ya en la primera revolución rusa (1905) Trotski opuso sus tesis parvusianas a la doctrina de Lenin sobre el desarrollo ininterrumpido de la revolución democrático burguesa hasta su culminación y transformación en revolución socialista. Y es que Lenin descubrió las diferencias que existen entre las revoluciones democrático burguesas de la época del imperialismo y las revoluciones burguesas de la época del capitalismo premonopolista. Es de esta diferencia objetiva, producto de la historia, que Lenin llega a la conclusión de que el proletariado estaba llamado a ejercer la dirección y hegemonía en la revolución democrático burguesa en los países coloniales, semicoloniales y dependientes.






Son conocidas las palabras de Lenin: “No podemos saltar del marco democrático burgués de la revolución rusa, pero podemos ensanchar en proporciones colosales dicho marco, podemos y debemos, en los límites del mismo, luchar por los intereses del proletariado, por la satisfacción de sus necesidades inmediatas y por las condiciones de preparación de sus fuerzas para la victoria completa futura”. Lenin vio con suma claridad que siendo democrática y no socialista la revolución rusa, tendría que cumplir, por su propia naturaleza, las necesidades y demandas más urgentes de los trabajadores sin destruir aun el capitalismo.






La posición de Trotski era opuesta a la de Lenin. El “Judas”, negaba la necesidad de la revolución democrático burguesa, y defendía su teoría aventurera de que en Rusia, que no había realizado su evolución burguesa, debía realizarse la revolución socialista inmediata. Resumiendo esta “tesis” lanzó la consigna “sin zar pero con gobierno obrero”. Para Trotski nunca fue necesario hacer un análisis de la distribución de clases, ni tuvo importancia el problema de las fuerzas motrices de la revolución y el rol hegemónico del proletariado en el movimiento revolucionario. En su folleto “Nuestra Revolución” publicado en 1907 plantea la tesis “izquierdista” de que la revolución debe asegurar el paso inmediato del poder al proletariado para aplicar en el acto medidas socialistas, propias de un “gobierno obrero”.






En su libro “La revolución permanente”, Trotski reconoce que sus planteamientos son diferentes de los de Lenin porque dejan de lado las tesis de Marx y Engels, formuladas en forma general sobre el desarrollo de la revolución por etapas, de acuerdo al contenido y carácter cada vez más definidamente proletario. Lenin, en su artículo “El sentido histórico de la lucha interna del Partido en Rusia”, dice:






“Trotski… nunca fue capaz de asimilar un criterio más o menos definido sobre el papel del proletariado en la revolución burguesa rusa”. Esta incapacidad la atribuía al “error fundamental de Trotski que consiste en que deja a un lado el carácter burgués de la revolución y no concibe de manera clara el paso de esta revolución a la revolución socialista”. Confundiendo los saltos dialécticos, como consecuencia del desarrollo de los cambios cuantitativos, Trotski dice: “El que no se puede en general saltar los peldaños es un absurdo. El vivo proceso histórico siempre da saltos”. Pero para el leninismo las revoluciones no se hacen dando saltos; “ellas surgen de las crisis y los virajes históricos que han madurado en virtud de las leyes objetivas (independientemente de la voluntad de los partidos y de las clases)”.






Para el trotskismo, la doctrina científica de Lenin sobre el desarrollo ininterrumpido de la revolución democrático burguesa, que pasa a la etapa socialista, es “etapismo”, y le oponen la teoría trotskista aventurera de los saltos de “peldaños”. En la Rusia zarista debía saltarse el peldaño de la revolución burguesa para pasar directamente al peldaño socialista. Las revoluciones de Febrero y Octubre desmintieron categóricamente tan descabellada teoría. Resumiendo en pocas palabras el proceso seguido por la revolución de 1917, Lenin dijo: Las cosas han ocurrido tal como habíamos previsto: al principio con todos los campesinos, y entonces la revolución fue democrático burguesa, y después solo con los campesinos pobres, y la revolución se convirtió en socialista. La práctica hizo añicos la teoría trotskista de la “revolución permanente”, sin etapas y de un solo salto.






IV






Otro problema que es necesario enfocar desde posiciones marxistas leninistas es el que se refiere a la posibilidad de la revolución socialista y la construcción del socialismo en un solo país. Desde 1905, Lenin planteó y defendió la tesis de la posibilidad del triunfo del socialismo en un solo país, partiendo del hecho inobjetable del desarrollo desigual de los países capitalistas, en parte de los cuales se produce un rápido avance mientras otros se retrasan. De otro lado, en el sistema imperialista surgen inevitablemente eslabones débiles, que no siempre corresponden a los países más desarrollados económicamente; se encuentran allí donde las contradicciones político económicas se han agudizado al máximo y han creado las premisas, tanto objetivas como subjetivas, de una situación revolucionarias, haciendo posible la toma del poder por el partido de la clase obrera.






La teoría trotskista de la imposibilidad del triunfo del socialismo en un solo país, es radicalmente opuesta a la siguiente formulación teórica de Lenin:






“La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o un incluso en un solo país capitalista”.






El trotskismo negó y se opuso a esta tesis científica de Lenin, afirmando que lo determinante para el imperialismo era la tendencia niveladora que se manifestaba con más fuerza en el siglo XX que durante la época ascendente del capitalismo premonopolista. Trotski afirmaba que en el siglo XIX la desigualdad del desarrollo del capitalismo era “más considerable que en el siglo XX”. Otra particularidad de los razonamientos de Trotski era su teoría sobre la posible atenuación y la fusión de las economías y de los Estados capitalistas en una sola economía mundial unificada, olvidando las inevitables contradicciones interimperialistas y las mismas competencias entre los monopolios. De aquí desprendía su conocida advertencia: “Es desesperado pensar que la Rusia revolucionaria podría mantenerse frente a la Europa conservadora”. Consecuente con este planteamiento, Trotski propuso, en vísperas de la Revolución de Octubre, la consigna de la creación de los Estados Unidos de Europa, pasando por alto la cuestión de la revolución proletaria. Lenin salió al frente de esta consigna liberal burguesa, desenmascarando su carácter cosmopolita y capitulador, propio de la teoría de la “Revolución permanente” de Trotski.






En su teoría sobre la imposibilidad del triunfo del socialismo en un solo país, Trotski especulaba con posibles acciones “revolucionarias” a escala universal, poniendo en primer plano esquemas “revolucionarios” en un plano internacional y global.






La mejor respuesta, respuesta contundente a la capituladora teoría trotskista de la imposibilidad de la construcción del socialismo en un solo país, fue dada por la misma historia. Después del triunfo de la Revolución de Octubre y los difíciles años de la guerra civil y de la NEP, el socialismo fue construido sólidamente durante los planes quinquenales estalinianos, pese a la oposición y conspiración permanentes del trotskismo y el imperialismo internacional. La Unión Soviética salió triunfante en la Segunda Guerra Mundial, derrotando a todo el continente europeo, controlado por Adolfo Hitler y el nazifascismo, porque era un país socialista construido sobre firmes bases, haciendo añicos la teoría burguesa capituladora de Trotski sobre la imposibiidad del triunfo del socialismo en un solo país.






V






El trotskismo es utilizado por el imperialismo y la reacción en su lucha contra el comunismo. La destrucción de la Unión Soviética socialista comenzó en el tristemente célebre XX Congreso del PCUS, un evento partidario que constituyó un viraje a la derecha, levantando la bandera del antistalinismo típicamente trotskista. Fue en ese Congreso, que el felón Nikita Jruschov leyó su “Discurso Secreto”, un sucio libelo saturado de mentiras y furiosos ataques a Stalin, el gran sucesor de Lenin, el constructor del socialismo y artífice de la derrota del nazifacismo en la Segunda Guerra Mundial.






El “Discurso Secreto” de Jruschov es un documento político típicamente trotskistas. Recoge todas las infamias propaladas por Trotski y los trotskistas contra Stalin y la edificación del socialismo en la Unión Soviética. Y so pretexto de que en la construcción del socialismo se habían cometido graves errores, comenzó el desmontaje del socialismo construído bajo la dirección de Stalin. Los contrarrevolucionarios infiltrados en el PCUS utilizaron el antiestalinismo para justificar y fundamentar sus reformas traidoras que culminaron en la restauración del capitalismo en la URSS. En la etapa final de esta criminal restauración, Gorvachov con su Perestroika rehabilitaron públicamente a Trotski, al mismo tiempo que estimulaban una campaña demencial contra Stalin, aplaudida por el imperialismo y todos los reaccionarios y revisionistas del mundo.






Con el nombre de “Nuevo Pensamiento, la camarilla de Gorvachov se convirtió en abanderada del “humanismo social mundial” y defensora de los “valores universales”, divulgando profusamente las teorías de Trotski y Bujarin, Bernstein y Kautsy. Esa camarilla contrarrevolucionaria, rabiosamente antiestalinista, no pudo ocultar su anticomunismo y antisovietismo y procedió a la restauración del capitalismo y a la liquidación de la Unión Soviética.






Resulta a todas luces claro que el antiestalinismo es anticomunismo y que el trotskismo es la vanguardia del antiestalinismo. Por eso, decir trotskismo es decir anticomunismo. Esta es una verdad comprobada por la historia y quienes, militando en las filas revolucionarias de la clase obrera, lo olviden, se exponen a graves conflictos internos si el trotskismo ha penetrado en su filas, y a derrotas inevitables en la lucha por la construcción del socialismo, si ya están en el poder. En este caso el trotskismo defenderá su podrida teoría sobre la imposibilidad de la construcción del socialismo en un solo país y se pondrán al servicio del enemigo de clase, para justificar su “teoría”.






Hoy en día los trotskistas cubanos y su entorno de “perestroikos”, tienen tribuna libre para despotricar contra Stalin. Estamos esperando que los marxistas leninistas de la Isla de Martí y Fidel, les den una respuesta merecida. En una verdadera “batalla de ideas” no se puede permitir que el antiestalinismo militante quede sin respuesta. ¡¿Que hay de las tesis del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba?¡ .Cobra excepcional actualidad el siguiente párrafo:







«El contenido fundamental del anticomunismo es la falsificación de la ideología marxista-leninista, la calumnia contra la teoría y la práctica de la construcción del socialismo y el comunismo, la tergiversación de la política de los partidos comunistas». Pues bien, el trotskismo es anticomunismo. Ya en 1937, Stalin dijo:






«El trotskismo actual no es una tendencia política en la clase obrera, sino una banda, sin ideas ni principios, de saboteadores, agentes de diversión y de información, espías y asesinos, banda de enemigos jurados de la clase obrera, a sueldo de los órganos de espionaje de Estados extranjeros.






«Tal es el resultado indiscutible de la evolución que ha sufrido el trotskismo durante los siete u ocho años últimos».





Hoy en día el trotskismo está formado por multitud de bandas que han contribuido a la restauración del capitalismo en el campo socialista y a la desaparición de la Unión Soviética. Son grupos de anticomunistas que se disfrazan de revolucionarios para cumplir su labor nefasta en el seno del movimiento obrero y antiimperialista en general.

domingo, diciembre 25, 2011

La función del Partido Comunista en la Revolución Proletaria

Parte 1

“EL PARTIDO COMUNISTA NO TIENE INTERESES DIFERENTES DE LOS DE LA CLASE OBRERA... POSEE UNA VISIÓN GENERAL DEL CAMINO QUE LA CLASE DEBE RECORRER HISTÓRICAMENTE Y, EN TODOS LOS VIRAJES DEL MISMO, DEFIENDE LOS INTERESES NO DE GRUPOS O DE CATEGORÍAS PARCIALES, SINO LOS DE TODA LA CLASE OBRERA.”

El Segundo Congreso de la Internacional Comunista (julio de 1920) tras constatar el desarrollo del movimiento revolucionario a nivel internacional planteó la necesidad de perfeccionar el trabajo de los partidos comunistas y para ello aprobó las “Tesis sobre la función del Partido Comunista en la Revolución Proletaria”. El documento es demasiado extenso para publicarlo íntegramente por eso En Marcha ha decidido hacerlo en dos entregas resumidas. La versión íntegra la pueden encontrar en nuestra página web: www.pcmle.org/ EM
1 El Partido Comunista es una parte de la clase obrera, y precisamente la parte más avanzada, más consciente, y, por consiguiente, más revolucionaria. El mismo se forma mediante la selección espontánea de los trabajadores más conscientes, más devotos, más lúcidos. El Partido Comunista no tiene intereses diferentes de los de la clase obrera. El Partido Comunista se distingue de la totalidad de los trabajadores porque posee una visión general del camino que la clase debe recorrer históricamente y, en todos los virajes del mismo, defiende los intereses no de grupos o de categorías parciales, sino los de toda la clase obrera. El Partido Comunista es la palanca organizadora y política con cuya ayuda la parte más avanzada de la clase obrera dirige en el recto camino a la masa del proletariado y del semiproletariado.
2 Hasta que el proletariado no haya conquistado el poder estatal, hasta que su dominio no se haya consolidado para siempre, haciendo imposible cualquier restauración burguesa, el Partido Comunista acogerá por regla general en su organización sólo a una minoría de trabajadores. Antes de tomar el poder y en la época de transición, el Partido Comunista puede, en circunstancias favorables, ejercer una influencia ideológica y política incontrastada sobre todas las capas proletarias y semiproletarias de la población, pero no puede reunirlas a todas en sus filas de manera organizada. Sólo después que la dictadura proletaria haya quitado a la burguesía los potentes medios de influencia como la prensa, la escuela, el parlamento, la iglesia, el aparato administrativo, etc., y sólo después que la derrota definitiva del régimen burgués sea una realidad evidente para todos, sólo entonces todos o casi todos los trabajadores entrarán en las filas del Partido Comunista.
3 Las nociones de partido y de clase deben ser distinguidas con el mayor cuidado. Los miembros de los sindicatos “cristianos” y liberales de Alemania, Inglaterra y otros países, pertenecen indudablemente a la clase obrera. También pertenecen sin duda a ella las asociaciones obreras más o menos considerables que siguen todavía a Scheidemann, a Gompers y a sus amigos. En ciertas condiciones históricas es muy posible que en el seno de la clase trabajadora subsistan numerosos grupos reaccionarios. La tarea del comunismo no consiste en adaptarse a estos elementos atrasados de la clase trabajadora, sino elevar a toda la clase trabajadora al nivel de su vanguardia comunista. La mezcolanza de estos dos conceptos partido y clase - puede llevar a los más graves errores y a la peor confusión...
4 La Internacional Comunista repudia de la manera más categórica la opinión de que el proletariado pueda realizar su revolución sin un partido político propio y autónomo. Toda lucha de clase es una lucha política. El objeto de esta lucha, que se transforma inevitablemente en guerra civil, es la conquista del poder político. Pero el poder político no puede ser tomado, organizado y dirigido más que por este o por aquel partido político. Sólo si el proletariado está encabezado por un partido organizado y probado, que persigue objetivos claramente definidos y que posee un programa de acción preciso para el próximo porvenir, tanto en el campo de la política interior como en el campo de la política exterior, sólo entonces la conquista del poder político no será un hecho fortuito y temporáneo, sino el punto de partida de un trabajo duradero para la edificación comunista, llevada a cabo por el proletariado.

5 La lucha de clase misma exige igualmente la centralización de la dirección de las diferentes formas del movimiento obrero (sindicatos, cooperativas, comités de fábrica, asociaciones culturales, elecciones, etc.). Dicho centro organizador dirigente no puede ser sino un partido político. Negarse a crearlo y reforzarlo, negarse a someterse a él, equivale a rechazar la unidad de dirección de las varias patrullas de proletarios, que actúan en diferentes campos de batalla. La lucha de clase del proletariado exige por último una agitación concentrada, que ilumine las diversas etapas de la lucha desde un punto de vista unitario y llame en cada momento la atención del proletariado sobre las tareas que le interesan en su conjunto; cosa que no puede realizarse sin un aparato político centralizado, es decir, sin un partido político...
6 La tarea más importante de un partido verdaderamente comunista es la de mantener un estrecho contacto con las masas más extensas del proletariado. Para lograr esto, los comunistas tienen que trabajar también en organizaciones que no son el partido, pero que abarcan extensas masas proletarias...
... Los comunistas consideran como tarea principal el trabajo sistemático de organización y educación dentro de estas organizaciones. Pero para que éste sea un trabajo fecundo, para que los enemigos del proletariado no se apoderen de estas organizaciones de masa, los trabajadores comu¬nistas dotados de conciencia de clase deben tener su partido comunista independiente y disciplinado, que actúa de manera organizada y que, en todas las circunstancias - y cualesquiera que sean las formas del movimiento - esté en condiciones de representar los intereses generales del comunismo.


Parte 2


La necesidad de un partido político del proletariado desaparece solamente con la eliminación completa de las clases.


Reproducimos en esta edición una segunda parte de las “Tesis sobre la función del Partido Comunista en la Revolución Proletaria”, documento aprobado en el II Congreso de la Internacional Comunista (julio de 1920). Como advertimos en la edición anterior la versión íntegra la pueden encontrar en nuestra página web: www.pcmle.org/EM
• El Partido Comunista es necesario a la clase obrera no sólo antes y durante la conquista del poder, sino también después de que el poder haya pasado a las manos de la clase obrera. La historia del Partido Comunista ruso, que desde hace tres años detenta el poder en un país inmenso, nos muestra que la función del Partido Comunista, lejos de disminuir después de la conquista del poder, ha crecido considerablemente.
• En el momento de la conquista del poder por parte del proletariado, su partido sigue constituyendo sin embargo, como antes, sólo una parte de la clase trabajadora. Pero es justamente esa parte de la clase proletaria que ha organizado la victoria. En el curso de dos decenios como en Rusia, y por toda una serie de años, como en Alemania, el Partido Comunista, en su lucha no sólo contra la burguesía sino también contra aquellos "socialistas" que son en realidad los agentes de la burguesía entre los proletarios, ha acogido en sus filas a los militantes más enérgicos, más lúcidos, más adelantados de la clase trabajadora. Sólo la existencia de tal organización compacta de la mejor parte de la clase obrera permitirá superar todas las dificultades que el Partido Comunista deberá salvar después de su victoria. La organización de un nuevo ejército proletario - el Ejército Rojo - la abolición efectiva del mecanismo estatal burgués y la creación de los primeros fundamentos del aparato estatal proletario, la lucha contra las tendencias corporativas de algunos grupos proletarios, la lucha contra el "localpatriotismo", la apertura de vías nuevas en la creación de una nueva disciplina del trabajo - en todos estos campos la palabra decisiva toca al Partido Comunista, cuyos miembros guían con su ejemplo viviente a las capas más extensas de la clase obrera.
• La necesidad de un partido político del proletariado desaparece solamente con la eliminación completa de las clases. Es posible que, en la marcha hacia la victoria definitiva del comunismo, la importancia de las tres formas fundamentales de la organización proletaria contemporánea (partido, soviets, sindicatos de industria) se modifique, y que un único tipo de organización obrera se cristalice poco a poco. Pero el Partido Comunista no se disolverá completamente en la clase obrera sino cuando el comunismo deje de ser el objetivo de la lucha, cuando la clase trabajadora, toda entera, se haya vuelto comunista.
• La Internacional Comunista piensa que sobre todo en la época de la dictadura del proletariado, el Partido Comunista debe estar construido sobre la base de una inquebrantable centralización proletaria. Para dirigir eficazmente a la clase obrera en la larga y áspera guerra civil que habrá estallado, el Partido Comunista debe establecer también en sus filas una disciplina severa, militar. La experiencia del Partido Comunista ruso, que durante tres años ha guiado con éxito a la clase obrera en la guerra civil, ha mostrado que sin la disciplina más fuerte, sin una centralización completa, sin una plena confianza de camarada de todas las organizaciones del partido en el centro dirigente del partido mismo, la victoria de los trabajadores es imposible.
• El Partido Comunista debe basarse sobre el principio del centralismo democrático. La elegibilidad de los órganos superiores del Partido por parte de los inferiores, el carácter absolutamente obligatorio de todas las directivas de los órganos superiores para con los inferiores, y la existencia de un fuerte centro del partido, cuya autoridad, en el intervalo entre los Congresos del mismo, no puede ser contestada por nadie: éstos son los principios esenciales de la centralización democrática.
• La piedra angular de cada trabajo organizador del Partido Comunista debe ser la creación de núcleos comunistas dondequiera se encuentren proletarios y semiproletarios, aunque su número sea reducido. En cada soviet, en cada sindicato, en cada cooperativa, en cada taller, en cada comité de inquilinos, en cada institución en que aun solamente tres personas apoyen al comunismo, debe ser organizado inmediatamente un núcleo comunista. Sólo la compacidad de la organización comunista da a la vanguardia de la clase obrera la posibilidad de arrastrar tras de sí a la clase trabajadora entera. Todos los grupos comunistas que trabajan en organizaciones apartidarias deben estar absolutamente subordinados al partido en su conjunto, cualquiera sea su acción, legal o ilegal, en un momento particular. Los núcleos comunistas deben ser coordinados de manera rigurosamente jerárquica, según un sistema lo más preciso posible.

BATALLON STALIN Episodio 5



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miércoles, diciembre 21, 2011

SOCIALISMO Y COOPERATIVISMO, RESPONDIENDO AL TROTSKISMO CUBANO

Por: José Sotomayor Pérez

Pedro Campos Santos, que se define a sí mismo como comunista cubano, ha publicado dos artículos acerca de las causas de la destrucción del socialismo en la Unión Soviética. Uno de ellos se titula Evitar el gran peligro: la usurpación de la Revolución por la burocracia, ha sido publicado por Insurgente y por Rebelión y está fechado el 4 de abril del 2007. El segundo, aunque publicado en enero de este año por Kaos en la Red, fue escrito justo un año antes y se titula Destruyeron al socialismo soviético, el burocratismo y la corrupción (Parte I).
En ellos Pedro Campos vierte numerosos embustes que no hubieran merecido ninguna atención de nuestra parte de no ser que, en ellos, están presentes algunos tópicos acerca del socialismo y de la Unión Soviética, con cierto arraigo en determinados medios intelectuales burgueses. No obstante, la refutación puntual de ambos artículos resultaría prolija, por lo que aquí nos centraremos exclusivamente en las afirmaciones de Campos sobre el cooperativismo.
Según Campos, las tesis de Lenin sobre esta cuestión están contenidas -nada menos- que en la más acabada obra teórica relativa a la construcción del Socialismo. Se refiere al artículo dictado poco antes de su muerte, en enero de 1923, titulado Sobre la cooperación. En la edición soviética de las Obras Completas en castellano (tomo 45, pgs. 385 a 393) donde se difundió ese mismo artículo, lleva un título ligeramente diferente: Sobre las cooperativas, y Campos lo menciona, se refiere a él, pero nada más que a eso: el título. A partir de ahí todo lo demás son falsedades.
Esas mentiras continúan cuando Campos pretende hacernos creer que Lenin fue capaz de condensar toda su concepción teórica acerca del socialismo en nada menos que sólo ocho páginas, que es lo que ocupa el artículo Sobre las cooperativas en la edición que manejamos. Así Campos convierte un artículo breve en toda una obra teórica por el arte de magia de sus tergiversaciones. Luego éstas continúan cuando también quiere hacernos creer que dicho artículo los manuales estalinistas se encargaron de desaparecer del vocabulario marxista leninista. Incluso del vocabulario, nada menos.
Lo único cierto es que Lenin lo empezó a escribir para el X Congreso de los soviets. Ya en diciembre de 1922 trazó un guión que lleva el título Centrosoiuz: su significación especial y solicitó información al respecto para documentarse. Luego entregó el artículo a su mujer y ésta, a su vez, al Comité Central, que ordenó publicarlo lo más pronto posible.
Esa fecha fue el 26 de mayo en Pravda, es decir, dos días después de la reunión del Comité Central. Pero para vergüenza de Campos, eso no es todo. Un mes después ese mismo artículo fue discutido en el pleno del Comité Central y constituyó la base de las tesis aprobadas en 1924, una vez muerto Lenin, por el XIII Congreso del Partido bolchevique que llevan el título Sobre las cooperativas y Sobre el trabajo en el campo. El Congreso dijo textualmente lo siguiente:
La línea fundamental del Partido en este problema viene trazada por el último artículo de Lenin ‘Sobre las cooperativas’ [...] La presente situación en el campo subraya con inusitada elocuencia la justeza del camino que señala el camarada Lenin y reclama que la atención fundamental del partido se centre en la agrupación de los pequeños productores en cooperativas, lo que debe desempeñar gigantesco papel en la construcción del socialismo.
Pero Campos va mucho más allá en sus falsificaciones y afirma que las bases teóricas de la NEP apenas fueron aplicadas luego de su muerte [la de Lenin], especialmente su plan cooperativo general. Por tanto, según Campos, de manera sorprendente, apenas hubo NEP en la Unión Soviética, lo cual choca con la historia hasta ahora comúnmente aceptada. Así borra de la historia todo el periodo comprendido entre 1921 y 1929, aunque quizá lo que quiera decir sea algo que nos suena más familiar: que la NEP no fue suficiente sino que hubo que adoptar más medidas de tipo capitalista, medidas más intensas o por un periodo de tiempo más prologado. Por eso Campos expone la siguiente falsedad:
La ‘utilización’ del cooperativismo empresarial y social defendido por Lenin, se circunscribió -luego de su muerte- a la cooperativización forzosa de los pequeños campesinos, presentada como un gran logro del período estalinista.
Cualquiera que conozca un poco la historia de la Unión Soviética sabe que el movimiento cooperativo en gran escala, los koljoses, empezó precisamente en 1929 con la colectivización. Pero además en un texto tan corto Campos incurre en otras dos falsedades más: la colectivización no fue forzosa y no se impuso a los pequeños campesinos precisamente, sino a los kulaks, es decir, a los más privilegiados.
Las tesis de Campos son idénticas a las de Bujarin y a las de todos los revisionistas, empezando por Tito en 1948, siguiendo por Jruschov en 1956 y acabando por Gorbachov en 1986. Precisamente por ello los revisionistas yugoeslavos alardearon de una tercera vía en la construcción del socialismo que, al igual que Campos, identificaban con la autogestión. No es, pues, casualidad, que también Campos identifique socialismo con cooperativismo y autogestión. Es la pócima mágica que acaba con las perversas lacras del socialismo, según Campos, quien añade lo siguiente:
El Cooperativismo Socialista o Autogestión Social Socialista, elimina la contradicción entre el capital y trabajo, entre los medios de producción y los trabajadores, entre las funciones de dirección y producción, pues todos participan de la propiedad, la gestión administrativa y el reparto de utilidades.
Las cooperativas en absoluto tienen ese carácter milagroso.





El maldito centralismo




Hay un aspecto subyacente en los dos textos de Campos que conviene también desmentir: la oposición entre la cooperativización y la descentralización. Eso es necesario porque los artículos divagan acerca de los males de la centralización, que de una manera superficial y ridícula Campos identifica con burocracia (y la burocracia siempre es mala por sí misma). Así Campos se rodea de un tufillo izquierdista con el que pretende disimular su oportunismo de derecha y -cómo no- en cualquier alusión a la burocracia hay que darse el lujo de citar al que califica como gran revolucionario, Trotski, el campeón en este tema, porque todos los revolucionarios, de verdad o de mentirillillas, son válidos para Campos, excepto el siempre malvado Stalin, el culpable de todo (en forma personal o en forma colectiva de stalinismo).
Pues bien, no existe la supuesta oposición que Campos plantea entre cooperativismo y descentralización. Más bien todo lo contrario. Veamos lo que dice Lenin:
En nuestro régimen actual, las empresas cooperativas se diferencian de las empresas capitalistas privadas en que son colectivas, pero no se distinguen de las empresas socialistas siempre y cuando se hayan establecido en un terreno del Estado y empleen medios de producción pertenecientes al Estado, es decir, a la clase obrera.
Más claro, el agua. Además es una tesis que Lenin repite varias veces a lo largo de un texto muy breve, así como en otros artículos suyos. Por tanto, según él, en la construcción del socialismo en la Unión Soviética las cooperativas no sólo no se oponen sino que se deben encuadrar dentro de la propiedad estatal, es decir, centralizada, de los medios de producción y, específicamente, de la tierra. Por tanto, la descentralización cooperativa no sólo es compatible sino que se debe compatibilizar con la centralización estatal. Los oportunistas de derechas, como Campos, sólo tienen en cuenta la descentralización; los de izquierdas sólo la centralización. Los comunistas no estamos con unos ni con otros. Defendemos el centralismo democrático que ni es un centralismo burocrático ni es un democratismo burgués sino algo radicalmente opuesto a ambos.
Este es un aspecto importante del marxismo-leninismo que no vamos a tolerar que los revisionistas manipulen a su antojo, por más que insistan en ello. Las cooperativas no son propiedad individual sino colectiva. Por tanto, son un avance muy positivo cuando la propiedad (o su empleo) está fragmentada. Pero, por sí mismas, las cooperativas reproducen una economía mercantil y, finalmente, el capitalismo: Con la NEP -afirma Lenin en este artículo sobre las cooperativas- hicimos una concesión al campesino como comerciante.
Por eso es imprescindible que los medios de producción (especialmente la tierra) no sean de propiedad de la cooperativa sino del conjunto de la clase obrera. El socialismo no consiste en entregar la propiedad de los medios de producción a los que trabajan con ellos, como a veces se afirma, sino a todos los trabajadores (y campesinos, en su caso). A veces se emplean de una manera confusa los términos colectivización, estatalización, nacionalización o socialización. Si lo decimos rigurosamente, en el socialismo no hay propiedad estatal de los medios de producción sino de la clase obrera, de todos los trabajadores e incluso, como dice Lenin, de toda la sociedad. El Estado administra, gestiona y controla esa propiedad social, lo cual destaca la importancia que otorgamos los comunistas a ese Estado, que concebimos como dictadura del proletariado. Ese es el punto de partida, como diceLenin al comienzo de su artículo sobre las cooperativas:
En efecto, dado que en nuestro país el poder del Estado se encuentra en manos de la clase obrera y que a este poder estatal pertenecen todos los medios de producción, sólo nos queda, en realidad, cumplir la tarea de organizar a la población en cooperativas.
Los comunistas no concebimos el socialismo sin planificación y, a su vez, ésta es una planificación centralizada. Por eso es imprescindible la propiedad social, en el sentido expuesto, de los medios de producción. Sin ella no es posible planificar ni construir el socialismo Ahora bien, tampoco vamos a admitir que, como hace Campos, se entienda por centralización cualquier cosa y se la identifique con burocratismo. La tendencia histórica de la economía, como el capitalismo demuestra, es hacia la centralización y la monopolización; el socialismo no hace más que seguir esa misma línea. Como consecuencia de ella y de la propiedad social, el Estado adquiere un protagonismo cada vez más importante, tanto en el capitalismo (recuérdese la expresión capitalismo monopolista de Estado) como en el socialismo. De aquí que los comunistas, a pesar de lo que se dice de nosotros, no sobrevaloramos los aspectos económicos sino que entendemos la economía de una manera distinta, como economía política.
Además, nosotros no entendemos la centralización sin la descentralización, como bien dice Lenin en su artículo: las cooperativas son una forma de que cada pequeño campesino pueda colaborar en la construcción del socialismo, esto es, incorporar a las masas trabajadoras activa y colectivamente a la producción: Hacer participar, y no de una manera pasiva, sino activa, a toda la población en las operaciones de las cooperativas, para lo cual, añade Lenin, se precisa toda una revolución, que él decía que era de tipo cultural, lo cual deja bastante bien indicado a qué se está refiriendo.
El centralismo democrático exige que la planificación no sea obra de unos oficinistas sino que en la misma, lo mismo que en la producción, participen las masas, es decir, que va de abajo hacia y luego de arriba hacia abajo. Pero eso no tiene nada que ver -en absoluto- con la autogestión, si por eso se entiende que se entreguen las fábricas y empresas a los que trabajan en ellas. En ese sentido, esa autogestión y descentralización no es otra cosa que el capitalismo mismo, porque la centralización requiere dos cosas:




- que la propiedad se confiera a los trabajadores como clase social, no a determinados trabajadores en particular




- que todos los trabajadores se interesen por los problemas de todos, y no sólo por los suyos particulares.




Esa concepción comunista choca frontalmente con la tesis burguesa, por más que se presente con tintes radicales, de que cada cual se ocupa de sus propios asuntos. La autogestión y la descentralización de Campos es una variante de esa mezquina concepción burguesa, muy típica de los autogestionarios.
En la cuestión de la centralización hay un aspecto en los textos de Campos que destaca a las claras su vergonzosa manipulación. Afirma, por un lado, que fueron Stalin y los suyos los responsables de esa centralización, que es algo pernicioso, pero como, a la vez, eso permitió la victoria en la II Guerra Mundial, que es casi el único éxito que pueden presentar en su haber los malditos stalinistas, resulta que el Ejército Rojo estaba descentralizado; conclusión: los stalinistas ni siquiera tienen ese galardón, que corresponde a otros (no sabemos quiénes). Verdaderamente bochornoso.




La maldita burocracia soviética




Nos queda refutar -siquiera por encima- esa ridícula crítica de la burocracia soviética, que es común a los revisionistas, a los trotskistas y a la burguesía, empezando por la transposición de su mismo concepto de un modo de producción capitalista a otro socialista, sin solución de continuidad. En contra de lo que Campos advierte varias veces acerca de que el ser social determina la conciencia social, que interpreta de manera mecánica, sin embargo no la utiliza para diferenciar los problemas burocráticos soviéticos de los de un país capitalista, quizá porque él ha inventado un nuevo modo de producción que unifica a ambos, a saber, el supuesto socialismo de Estado neocapitalista, esencia del estalinismo económico. Si hay expresiones grotescas, ésta las gana a todas, hasta el punto de que Campos se exime de definirla. Simplemente da por sobreentendido su galimatías verborreico.
Que la burocracia fue un problema en la Unión Soviética, es algo incuestionable; que surgió prácticamente desde el mismo origen de la revolución de 1917, es otra cuestión -al menos para nosotros- también incuestionable. Por tanto, deducimos de ahí dos cosas:




- que si la burocracia fuera tan nefasta como la pintan, no se hubiera podido ni siquiera iniciar la construcción del socialismo




- que no se puede identificar a la burocracia con Stalin ni con su periodo al frente del Partido bolchevique.




La burocracia es una lacra que, en sus líneas generales, ya fue estudiada por Lenin, quien destacó los motivos de su surgimiento y las maneras de luchar contra ella. Una de esas maneras de combatirla fue -precisamente- poner a Stalin al frente de la Inspección Obrera y Campesina. En consecuencia, fue -precisamente- Stalin el encargado de combatir a la burocracia, tanto en el Estado como en el Partido.
Pero aquí no vamos a entrar en esa cuestión. Quien quiera analizarla puede hacerlo en las obras de Leni, que nada tienen que ver -una vez más- con las chapucerías de Campos. Lo que queremos poner de manifiesto es que la burocracia soviética no se puede asimilar a la burocracia de los países capitalistas, que tiene sus propias raíces y su propio tratamiento, algo que los demagogos que tanto hablan acerca de ella se encargan de ocultar sigilosamente. Lo único que queremos decir al respecto es que con tanto cretinismo acerca de la burocracia soviética, algunos están tratando de introducir por esa vía las tesis ideológicas burguesas dentro del movimiento obrero, de manera que hoy aludir al término burocracia soviética es ya una redundancia, un tópico casi obligado: la percepción generalizada de la Unión Soviética es la de un Estado burocratizado en extremo. Eso les exime de explicarlo.
Pero a nosotros los comunistas no nos exime de nada, así que vamos a ello y a algo más, que es como la quintaesencia de la chapuza de Campos: en la Unión Soviética no sólo existió una lacra horripilante de burocracia sino que ésta usurpó el poder. Tampoco esto nos lo explican: ni cómo se logró, ni cuándo, ni por qué. Ése es otro de los dogmas de fe que los revisionistas y los trotskistas nos lanzan para que nos lo bebamos de un trago, sin hacer preguntas. Es como si una mañana el contable de la oficina usurpa la propiedad de su dueño y se queda con todo, sobre todo con los beneficios de la empresa. Le arroja al jefe por la ventana y empieza él a tomar las decisiones. Así por las buenas. Eso es tan inusual en cualquier parte que merecería una explicación, aunque sea breve. Pues seguimos sin ella.
Desde que surge en Alemania a mediados del siglo XIX, la burocracia persigue al pensamiento burgués, que en su origen es liberal, como una maldición. A la burguesía no le gusta el Estado, ni siquiera el suyo propio. Mucho menos le puede gustar la dictadura del proletariado. En el seno del movimiento obrero ese es también el origen de todas las divagaciones oportunistas acerca de la burocracia, cuya fuente inspiradora es siempre la burguesía. Si se analiza a fondo con un mínimo de detenimiento, no es exactamente la burocracia sino el Estado en sí mismo, la necesidad de un Estado, de lo público y de lo colectivo: eso es lo que repugna al individualismo burgués, que pone el acento en la primacía de lo privado, de sus propios intereses egoístas, de su mezquindad.
Pero eso, que es la raíz, no es suficiente. Como ya tenemos explicado en otro artículo (ver Los cambios en la en la composición de la fuerza de trabajo), también la centralización ha otorgado una creciente importancia a determinadas funciones que habitualmente, en el pensamiento burgués, tan ampliamente extendido, se consideran despectivamente como improductivas. Es el caso de los oficinistas y, en general, de todos aquellos trabajadores que realizan tareas de control y supervisión dentro de una empresa.
Finalmente hay que tener en cuenta la creciente importancia en el capitalismo de la revolución científico-técnica y los cambios que ello conlleva en el aumento en la cualificación de la fuerza de trabajo, esto es, la prevalencia de lo que Marx llamaba trabajo complejo, el incremento de lo que la burguesía llama como sector servicios y los trabajadores de cuello blanco, así como otros fenómenos conexos con éstos, normalmente concebidos también como improductivos y observados con desconfianza e incluso con desprecio por algunos sectores sociales.
No vamos a entrar en un análisis, ni siquiera superficial, de todos esos complejos fenómenos. Sólo queremos dejarlos planteados para mostrar que no nos conformamos con el cúmulo de absurdos que tan frecuentemente tenemos que soportar en los medios oportunistas pequeño-burgueses que difunden -casi cada día- las consabidas críticas contra la burocracia con la más pasmosa ignorancia de lo que están hablando. También hay que subrayar que ese es un fenómeno en expansión, incluso dentro del capitalismo actual y que no siempre ni necesariamente es un fenómeno puramente negativo, que es como nos lo presenta la pequeña burguesía rabiosa. Ni es negativo en cada empresa en particular, ni es tampoco negativo dentro del Estado (de cualquier Estado, cabría añadir).
Por tanto, nos parece lógico -al menos a nosotros- concluir que el hundimiento del socialismo en la Unión Soviética no fue consecuencia de ninguna usurpación de la revolución, por la democracia. Esa usurpación no fue una causa sino una consecuencia. ¿Cómo se podría usurpar una revolución? De ahí se desprende también que las causas hay que buscarlas en otra parte y que esas causas son las que tanto los revisionistas como los trotskistas nos quieren ocultar celosamente. Esas causas reales y verdaderas no sólo explican el hundimiento del socialismo sino que explican también el surgimiento y la extensión de la burocracia y demás lacras. Hay que constatar algo obvio: si el responsable de todo fuera Stalin y el “maldito stalinismo”, no se explica ese mismo hundimiento en otros países y otros momentos en los cuales Stalin y los suyos no tuvieron ninguna participación.
Eso es lo que Campos nos quiere ocultar. Él no quiere explicar sino camuflar para hacernos pasar como un remedio lo que no es más que una enfermedad. Pero mucho nos tememos que no sea sólo algo suyo personal sino toda una tendencia entre los revisionistas cubanos que tratan de liquidar lo que queda de propiedad social en su propio país, mediante la introducción de cooperativas de la manera que ellos las entienden. No según Lenin sino contra Lenin. Es un programa de reconstrucción del capitalismo en la isla. Esperamos estar equivocados. Los documentos del próximo Congreso del PCC nos darán más luces sobre esta cuestión que la consideramos de enorme importancia porque, en última instancia, se trata de saber si Cuba marcha a la consolidación del socialismo o degenera, siguiendo el ejemplo de los países que
formaron el Campo Socialista.


132º aniversario del natalicio del héroe del pueblo Iosif Stalin





En este 21 de diciembre, es nuestro deber celebrar el aniversario del natalicio de quien sigue siendo un gran referente del marxismo-leninismo, un ejemplo de su práctica, Iosif Vissarionovich Dzhugashvili, más conocido como Stalin.



Así que los tragos de sidra de hoy no serán por Santo Tomás, en nuestro caso al menos, sino por el héroe del pueblo Iosif Stalin.


¡Viva el 132 aniversario del natalicio de stalin!

Hoy se cumplen 132 años del natalicio de una de las personas que más ha aportado al marxismo-leninismo en la práctica junto con Marx, Engels, Lenin, Hoxa y Castro, entre otros.
Lo más frecuente que nos encontramos sobre el camarada Stalin son críticas monstruosas, furibundas a más no poder, pero lo que tienen de furibundas, encendidas, fieras, lo tienen también de infundadas, fantasiosas, hinchadas hasta la saciedad, magnificadas, e interesadas.
Cuando leémos una crítica destructiva acerca del camarada Stalin (constructivas la verdad es que hoy en día son las menos) debemos ver, primero que todo, a quién interesa, de dónde proviene esa crítica, y qué fuentes ha o han utilizado su autor o autores.
Es fácil criticar a Stalin por varios motivos:
Primero, es fácil criticarlo teniendo en cuenta la posibilidad real que había de que cometiera errores, porque es humano por una parte, pero sobretodo porque no tenía antecedentes o ejemplos previos en los que basarse. Cuestión esta última, que para nosotros en vez de elemento para la crítica, se torna en elemento para realzar y hacer apología de su obra.
Segundo, es fácil, muy fácil criticarle, valiéndose para ello de la total manipulación y perversión de la teoría de la que él fue uno de los máximos exponentes, el marxismo-leninismo, volviéndola en su contra con burdas tergiversaciones de parbulario.
Y tercero, es fácil, muy fácil criticarle cuando no se está dispuesto ni a llegar hasta lo que ha hecho él, ni por supuesto tampoco a llegar más adelante y sobrepasarlo, es decir, a cerrarnos la boca a los demás y poner sobre la mesa mejores acciones y obras teórico-prácticas que las suyas.
Stalin tuvo que hacer frente y aprender sobre la marcha a multitud de problemas teórico-prácticos, en medio además de la más encarnizada lucha de clases, que no se acabó ni mucho menos con la victoria revolucionaria bolchevique, y de las aspiraciones personales que encarnadas en Trotski, Zinoviev, Kamenev, Bujarin y algunos más se intentaban hacer hueco en el Partido Bolchevique.
Y a nuestro entender, lo que más valor da a la obra de Stalin es que nunca improvisó. Nunca improvisó en el sentido de aplicar métodos o tácticas contrarias a su teoría.
Tan mal no lo debió hacer cuando la URSS fue la única gran potencia que se libró del ''crack'' del 29. Tan mal no lo debió hacer cuando derrotó al nazi-fascismo. Tan mal no lo debió hacer cuando a su muerte la sanidad, educación, descanso para los jubilados, estaban garantizadas en la URSS de forma gratuita, y el nivel de cultura era uno de los más altos en el mundo. Tan mal no lo debió hacer cuando durante el tiempo en el que estuvo al frente de la URSS se redactó y aplicó una de las constituciones más adelantadas de su tiempo, si no la que más. Tan mal no lo debió hacer cuando bajo su dirigencia el Movimiento Comunista Internacional brilló como pocas veces. Tan mal no lo debió hacer cuando bajo su dirección el socialismo experimentó y consiguió avanzar más que nunca. Y tan mal no lo debió hacer, ya que los revisionistas de toda calaña necesitaron más de 40 años (después de que muriera él) para acabar con su obra.
Por todo lo expuesto hasta ahora, GAR kolektiboa hace la constatación de que los escritos, discursos, libros, acciones, etc de Stalin son de los más dignos de ser estudiados, a la vez de que son de los que más vigencia tienen actualmente, dada su radicalidad, claridad, intención de arreglar el problema que se estudie, y el deber que todo marxista-leninista tiene de interesarse por la política, ya que sólo metiéndose en ésta dará solución a su mayor problema, la opresión.
Por todo ello, no nos avergonzamos de Stalin, sino que lo enaltecemos con orgullo, teniendo en cuenta sus errores, sí, por supuesto, pero también sus múltiples y meritorios aciertos.
¡Viva el marxismo-leninismo y sus más consecuentes prácticos!

martes, diciembre 20, 2011

Alejandro Cao de Benos sobre Corea Popular









Comunicado del PCOE al Partido de los Trabajadores de la República Popular Democrática de Corea

Estimados camaradas:

El Comité Central del Partido Comunista Obrero Español (PCOE) se une al dolor del Partido de los Trabajadores de la República Popular Democrática de Corea, así como al dolor del Pueblo norcoreano, tras el fallecimiento de Kim Jong-II.
Kim Jong II y el Partido han sabido dirigir con gran acierto el proceso revolucionario coreano en unas condiciones internacionales hostiles. Ha superado cada una de las provocaciones que el imperialismo ha realizado de forma desmesurada en los últimos años, y ha contrarrestado con su práctica, las manipulaciones mediáticas de los voceros del capitalismo internacional.

Reciban un abrazo solidario de vuestros hermanos comunistas españoles.

Estamos a vuestra disposición.

Comisión de RR II del Partido Comunista Obrero Español (PCOE)

lunes, diciembre 19, 2011

Kim Jong Il gogoan

1942 -2011


¡GLORIA ETERNA AL QUERIDO LIDER CAMARADA KIM JONG IL!

¡VIVA LA REPUBLICA DEMOCRATICA POPULAR DE COREA!


El pueblo llora la muerte de Kim Jong Il


sábado, diciembre 17, 2011

La preparación del termidor en la URSS. Stalin había preparado la sucesión, Jruchov se la sacó de encima.

La casa editorial “Patriot” ha publicado el libro de V. Dobrov titulado “El asesinato del socialismo o cómo fueron desautorizados los sucesores designados por Stalin (Libre reconstrucción de las actas de una serie de mesas redondas)”. Reportamos un retazo de la obra concerniente a uno de los momentos más trágicos de nuestra historia.

“¿Georgi, qué ha pasado? Pensaba que eras un verdadero amigo… ¿De dónde han salido estos personajes? Al menos podías haberme advertido de los cambios.” Nikita Jruchov, secretario del Comité Central y jefe del comité del Partido de Moscú, estaba realmente preocupado. También su interlocutor Georgi Malenkov, miembro de larga fecha del Buró Político como responsable del trabajo de cuadros, se había quedado muy sorprendido por la promoción de hombres nuevos a la dirección del Partido en base a las decisiones del XIX Congreso que se había apenas concluido. Generalmente Stalin se consultaba con ellos y con los restantes más estrechos colaboradores antes de efectuar cualquier cambio de cuadros. Esta vez, en cambio, había mantenido en secreto sus intenciones hasta el último momento. Fue un golpe duro y Malenkov se lo confesó abiertamente a Nikita, a quien no escondía nada, porque lo consideraba de los “suyos”. Malenkov, al igual que otros integrantes del Buró Político, miraba a Jruchov por encima del hombro; tan limitado y mediocre le parecía este protegido de Stalin. En realidad conocía bien la real actitud del “jefe” con respecto a Nikita, cooptado en el Buró Político solo por su méritos de “dedicación”, capaz de acatar con rapidez y determinación cualquier disposición de Stalin, sin pararse frente a nada y mostrando a veces una crueldad inaudita… Stalin por su parte, no daba el menor crédito a Jruchov como hombre político, evidentemente recordando su pasado trotskista y su inclinación por el aventurismo de izquierda. Por eso era que también los otros miembros del Buró Político, que con los años habían aprendido a captar al vuelo los humores predominantes del líder, manifestaban ante él una actitud como mínimo paternalista…
De todas formas, el mismo Malenkov y los demás representantes de la cima del Partido estaban preocupados no menos que Jruchov por el cariz que habían tomado los acontecimientos después del XIX Congreso y tenían motivos fundados.
El XIX Congreso del Partido, que se celebró en octubre de 1952, se inició como de costumbre de la forma más tranquila: después del tradicional reporte al Comité Central subsiguieron las intervenciones y todas con las pautas de las más recientes tesis expresadas por el “gran líder y maestro”, pero de pronto se perfiló una auténtica revolución de cuadros. Stalin, que parecía tener la máxima confianza en sus más estrechos colaboradores, inesperadamente lanzó un duro golpe contra ellos… Propone así al Congreso de votar por una composición del Comité Central fuertemente ampliada y renovada mediante el ingreso de elementos casi desconocidos. Además, en el Plenum, el cual se convoca inmediatamente después, se aumenta en 2,5 veces el número de miembros del Presidium del Comité Central. Seguido a este masivo aflujo de jóvenes cuadros, provenientes sobretodo de las estructuras locales y de jóvenes estudiosos de ciencias sociales, la “vieja guardia” se encontró sustancialmente en minoría. Si se tiene en cuenta que en aquel plenum Stalin criticó abiertamente a Molotov y a Mikoyan, que parecían ser los dirigentes más cercanos a él, excluyéndolos así del grupo de sus posibles sucesores, parece claro que la “vieja guardia” tenía los días contados y estaba por ser sustituida por las nuevas generaciones.
El golpe fue realmente inesperado, aunque se había preparado mucho antes del congreso y Stalin no había ni siquiera escondido sus intenciones. Sin embargo sus colaboradores, juzgando evidentemente sobre la base de sus propios caracteres, consideraban que el líder, que ya pasaba de los setenta años y en condiciones físicas precarias, difícilmente habría osado efectuar cambios drásticos. Así de chocantes y dolorosas resultaron para ellos las últimas decisiones de la rotación de cuadros.
Jruchov, que había comprendido exactamente el humor de la mayoría, no por casualidad fue a ver al influyente Malenkov. Con su visita, Nikita quería dar a entender sin sombra de dudas que en el inevitable enfrentamiento con los candidatos de Stalin, él estaría de la parte de la “vieja guardia”. Su apoyo le convenía a Malenkov, ya que en el congreso había habido una señal alarmante y no actuar habría significado aceptar las decisiones asumidas por “el guía de los pueblos” y la pérdida inminente de los propios cargos por parte de Malenkov y de los dirigentes de la “vieja guardia”.
En mayo de 1948, después que Zhdanov había dejado la dirección de la Secretaría del Comité Central por motivos de salud, se nombraron como secretarios de CC dos representates de la nueva generación: A. Kuznecov, jefe del comité del partido de Leningrado, y P. Ponomarenko, primer secretario del CC del Partido Comunista Bielorruso. Al primero se le encomendó la atención de los asuntos de la industria, al segundo la de los asuntos de la planificación estatal, de las finanzas, del comercio y del transporte. Durante la discusión que se llevó a cabo en el Buró Político sobre este punto, Stalin afirmó que se precisaba cooptar en el Secretariado del CC del Partido algunos jóvenes dirigentes de las organizaciones locales y republicanas dotados de una adecuada instrucción y de la necesaria experiencia de trabajo. “Tienen que tener en cuenta nuestra experiencia mientras estemos vivos, - subrayó – y aprender a trabajar en la dirección central”. Se hace evidente que Stalin tenía intenciones de postular a uno de ellos como su sucesor. Molotov, el más cercano a Stalin en la dirección del Partido, resultaba así excluido del círculo de pretendientes. Ya había sustituido al “guía de los pueblos” durante el tiempo en éste estuvo enfermo y no había demostrado estar a la altura de un dirigente de Partido y de Estado, lo cual decidió su propio destino político. No solo estaba en juego la sucesión del líder. En una reunión restringida, Stalin propuso sin términos medios a todos los miembros de la dirección política, seleccionar entre sus funcionarios a cinco o seis personas capaces de sustituirlos cuando el CC lo hubiera considerado oportuno. Stalin retomó varias veces esta petición, insistiendo en la necesidad de satisfacerla. Naturalmente, estas propuestas no eran del gusto de los miembros del Buró Político, acostumbrados al poder, ligados a éste por los honores y privilegios. ¿Por qué tendrían que ser apartados, justamente ellos que habían asumido tareas dificilísimas? ¿Acaso habían trabajado mal? Además la juventud es un concepto relativo. La mayor parte de los miembros del Buró Político tenía menos de cincuenta años, con la excepción de Molotov, que seguía teniendo sus buenos 11 años menos que Stalin. En muchos países esta edad representaba el nivel mínimo para el comienzo de la carrera política y a los cargos más elevados se llegaba entre los sesenta y setenta años.
Se empezó entonces a murmurar que el compañero Stalin se había vuelto excesivamente “caviloso” y “receloso” y que ostentaba preocupación por su cada vez más debilitada salud. Pero nadie planteó abiertamente el problema, ni habría podido hacerlo. No solamente porque todos le tenían un miedo terrible al líder, que todavía a su avanzada edad sabía tener en mano la situación y que en los asuntos de Estado sobrepasaba en varias veces a sus colaboradores. En realidad, en lo profundo de sus almas, estos últimos reconocían lo correcto de las solicitudes de Stalin aunque eso sí, como sucede a muchos, no querían extraer de ello las necesarias y voluntarias “conclusiones organizativas”. Es difícil renunciar a los altos cargos, a los honores y a los privilegios.
La edad y la enfermedad no podían no influir en el comportamiento de Stalin. Sin embargo él advertía con más agudeza y profundidad la necesidad de un cambio en el grupo dirigente. Se trataba sobre todo de salvaguardar los intereses supremos del Partido y del Estado y en cuanto a esto para él no contaban nada las relaciones de amistad con las personas más cercanas. Si lo hubiese considerado necesario, Stalin no hubiera dudado en declarar “enemigos del pueblo” a sus colaboradores, con todas las consecuencias que se hubieran derivado de ello.
El viejo lider había entendido que la nueva situación que se creaba a los inicios de los años cincuenta necesitaba de nuevos enfoques y de nuevos hombres capaces de adoptarlos en la realidad. La era de las “emergencias” y de los “grandes líderes” pertenecía al pasado. La utilización de las ventajas objetivas del sistema socialista exigía ahora métodos totalmente diferentes que los usados en el pasado y sobretodo exigía el comprometimiento del intelecto y de la voluntad colectiva de los dirigentes y de todo el partido en la elaboración y actuación de las decisiones estratégicas. En otros términos, se trataba de pasar a una amplia democratización de la vida del Partido y de la sociedad, a una forma colectiva de dirección, de pasar por ejemplo a ese sistema que se trató de crear en China después de la muerte de Mao Tse Tung, que permitió llevar a cabo en este país un recambio eficaz e indoloro de las cúspides políticas.
Justamente este tema, el del empeño de los comunistas por la defensa de las libertades democráticas, cuya bandera había sido arrojada para siempre por la clase burguesa en el tanque de basura de la historia, fue desarrollado por Stalin en su canto del cisne, su intervención en el XIX Congreso del Partido, la última de su vida. Y en el Plenum del CC, convocado inmediatamente después del congreso, Stalin indicó claramente la necesidad de que la “vieja guardia” pasara los testigos del poder a las nuevas generaciones de comunistas. El trabajo de ministro, dijo Stalin en aquella ocasión, es un trabajo duro y requiere una contribución enorme de tensión y energía, lo cual los exponentes de la vieja guardia no están más capacitados para dar y debido a esto han tenido que ser liberados de sus cargos. Stalin habló también de la falta de unidad en la dirección del Partido, cosa que ya difícilmente se podía remediar. La única salida real era el paso del timón del Estado a una nueva generación de dirigentes, y se llamaba al Congreso a favorecer este traspaso. En efecto, ya antes del inicio del Congreso todos los miembros del Buró Político o habían perdido sus importantes cargos estatales o habían obtenido en cambio, cargos de prestigio pero de escasa influencia. Molotov por ejemplo, había sido exonerado del cargo de Ministro del Exterior y había sido nombrado por un cierto tiempo Vicepresidente del Consejo de Ministros, responsable de los ministerios para la metalurgia y la geología. Sucesivamente le había sido confiada la supervisión del Ministerio del Exterior, guiado por Vishinsky que sin embargo no admitía ningún supervisor por encima de él. Voroshilov fue encargado de ocuparse de la cultura, de la salud y de la Asociación de voluntarios para el apoyo al ejército, a la aviación y a la marina. Kaganovich ocupaba el cargo no muy importante de presidente del Gossnab (Sistema estatal de suministros). Andreiev había sido completamente excluido del olimpo del poder, a pesar de que poco antes se le hubieran confiado los importantes problemas de la agricultura.
Malenkov, Beria y Jruchov no habían sido todavía tocados por los cambios. Stalin consideraba que estaban a la altura de sus cargos. Para Beria más bien, muy superior a los otros miembros en cuanto a capacidad práctica y organizativa, se perfilaba una fuerte ampliación de poder, puesto que debería haber guiado el Ministerio unificado de la Seguridad del Estado y del Interior. Sin embargo, el advenimiento de jóvenes dirigentes a puestos cruciales rendía también su posición bastante insegura: no se podía saber hasta qué punto las nuevas generaciones habrían mostrado reverencia hacia los viejos cuadros y cuáles habrían sido sus exigencias.
El gobierno ya estaba controlado por los jóvenes promovidos por Stalin. Los tres cargos del Consejo de Ministros que atendían los ministerios y los entes decisivos estaban en sus manos. Stalin se reunía casi cotidianamente con Malishev, Pervuchin y Saburov, vicepresidentes del gobierno y responsables de los tres cargos, para discutir sobre los principales problemas económicos, de los cuales hasta entonces se ocupaban sus viejos compañeros del Buró Político. En el XIX Congreso el mismo Buró Político había sido sometido a una reorganización radical y rebautizado como Presidium del Comité Central: habían sido llamado 36 dirigentes para formar parte de éste, comprendido los secretarios del CC. Quedaba la composición estrecha del máximo órgano, el Buró del Presidium del cual formaban parte los representantes de la vieja guardia, incluida la probada y “combativa” troika formada por Malenkov, Beria y Jruchov, pero donde ahora los nuevos cuadros tenían claramente mayoría. Además de esto, el tránsito del estado de iure al de facto era inminente, porque el curso de los eventos lo hacía necesario…
A parte de la evidente tendencia hacia la ampliación de la cima del poder partidista, la “vieja guardia” parecía estar amenazada por otro peligro. En los últimos años el Consejo de Ministros había paulatinamente asumido el papel determinante. Los comités de partido ponían simplemente en práctica las decisiones del gobierno y de los ministerios. Después de la muerte de Stalin se hizo exactamente los contrario: el diktat del Partido, a menudo inapropiado e incompetente, decidía el desarrollo de los sectores reales de la economía. Durante la última fase de la dirección de Stalin, el papel de los especialistas que conocían bien la propia materia había sido determinante, mientras el Partido se limitaba a establecer las líneas estratégicas de desarrollo de la sociedad y se ocupaba del trabajo ideológico y de los cuadros. Stalin consideraba natural una semejante “división del trabajo”, la consideraba conforme a las enseñanzas de Lenin e invitaba a los bonzos del Partido a escuchar a los especialistas preparados e inteligentes y a aprender de ellos. Entre estos especialistas prevalecían los exponentes de las jóvenes generaciones que, convencidos de sus conocimientos y de su preparación moderna, no tenían muy en cuenta los méritos de los veteranos del Partido. Para estos últimos el peligro mayor derivaba de la probabilidad de que Stalin propusiese como sucesor suyo a un hombre perteneciente a la dirección del Partido, pero capaz al mismo tiempo de establecer sólidos contactos con esta juventud “tecnocrática”.
Al inicio el diálogo entre Jruchov y Beria no anduvo muy bien. Acostumbrado a tratar los problemas de forma práctica, Beria no gustaba de conversaciones vagas y alusivas. Jruchov, por su parte, no tuvo el coraje de enfrentar de inmediato el núcleo de la cuestión. Pero al final, se percató de la irritación de interlocutor y pasó a los hechos: “Laurenti, no me gusta el nombramiento de Ponomarenko. Por supuesto que sabe hacer bien su trabajo, pero para un puesto como el suyo se necesita la experiencia y la capacidad de ligar con las personas. Haría falta conocerlo mejor. El compañero Stalin quizás se ha precipitado demasiado”.
Jruchov había puesto el dedo sobre la llaga. Según el procedimiento habitual (que solicitaba a cada uno de expresar por escrito y separadamente la propia opinión sobre las propuestas de nombramientos), los miembros del Presidium del CC habían dado su consentimiento al documento para la designación de Panteleimon Kondratevich Ponomarenko para Presidente del Consejo de Ministros de la URSS. Stalin había hecho su propia elección: sobretodo en aquel momento el puesto de jefe de gobierno era decisivo, ya que aquí se concentraba la gestión efectiva del desarrollo económico y social del país. No por casualidad el presidente del Consejo de Ministro en cargos era el mismo Stalin.
Una vez asumido el cargo de jefe de gobierno, Ponomarenko se habría convertido de hecho en sucesor de Stalin, aún así no estando en el primer puesto de la jerarquía del Partido. También porque los puestos claves del gobierno estaban ya en las manos de las jóvenes generaciones y en una situación de ese tipo la “vieja guardia” no tenía la menor posibilidad de defender sus posiciones. Al final Ponomarenko había trabajado largo y tendido en el aparato del Partido, disponía de los suficientes resortes para influenciar las decisiones y no habría permitido que fuera utilizado para alejar del timón a los dirigentes jóvenes y capaces. Jruchov entendió todo esto antes que los otros y comenzó a tramar una pérfida conjura contra el sucesor de Stalin. Por otra parte, sabía bien que también Beria, Malenkov y los otros veteranos del Partido advertían el peligro, aún más cuando Ponomarenko en el pasado, ocupando todavía cargos secundarios, había sido capaz de predominar sobre ellos, potentes miembros del Buró Político.
En 1938, cuando era instructor del Comité Central, Ponomarenko no tuvo ningún temor de entrar en conflicto no solo con su jefe directo, el potente Malenkov, responsable del trabajo con los cuadros en el seno del Buró Político, sino incluso con Beria, que sucedía a Ezov en la guía del NKVD. Enviado a Stalingrado para verificar la validez de las acusaciones hechas a un grupo como enemigos del pueblo, pudo juzgarla de montaje después de minuciosos controles, y una vez obtenido el apoyo del secretario del comité regional Yujanov, ordenó la excarcelación inmediata de todos los arrestados. Y continuó insistiendo en sus posiciones incluso cuando Malenkov y los dirigentes de la NKVD lo amenazaron de procedimientos severos por abuso de poder. Stalin entra en conocimiento del hecho e inesperadamente, después de tirarle las orejas a Malenkov, le da la razón al joven instructor indicando incluso su conducta como ejemplo de “fidelidad bolchevique a los principios”.
Ya en los años de la guerra, Ponomarenko había salido vencedor en algunos enfrentamientos con Beria y Jruchov. El primero quería poner a su vice Serguenko a la cabeza del Comandancia del movimiento partisano. El segundo, que estaba a la guía de la organización del Partido en Ucrania, quería modificar en beneficio de su República las fronteras con Bielorrusia. En cambio fue Ponomarenko quien obtuvo la dirección de la Comandancia del movimiento partisano después de haber presentado al Buró Político un programa de actividades mucho más ponderado y ponderoso que el propuesto por el favorito de Beria. Jruchov, por su parte, no logró obtener la modificación de las fronteras ucranianas, ya que los argumentos de Ponomarenko, defensor de los intereses de Bielorrusia, resultaron mucho más convincentes y Stalin se lo dice sin términos medios a Jruchov, el cual se sentía seguro en sobresalir. Desde entonces el revanchista Jruchov, sintió solo odio por aquel “principiante”, tan insignificante según él, pero del cual el “guía de los pueblos” se mostraba bastante favorable. Poco instruido e incapaz de componer dos oraciones, éste estaba molesto sobretodo por la vasta cultura y por la preparación del dirigente político bielorruso, que junto a Zhdanov era considerado como uno de los pocos “intelectuales” en la dirección del país. Brézhnev, que conocía bien a los dos, definió a Ponomarenko como la antítesis de Jruchov, y efectivamente los dos eran en muchos aspectos antitéticos.
Antes de acudir a la conferencia de Potsdam, Stalin hace una parada en Minsk, donde tiene con Ponomarenko, jefe del Partido en Bielorrusia, una larga conversación al término de la cual le pide de acompañarlo. Este sin embargo declinó la invitación a causa de importantes obligaciones en su república y promete alcanzarlo más tarde. Si bien Stalin lo estaba esperando e incluso había preparado una casita junto a su residencia, Ponomarenko no llegó. La situación en Bielorrusia era en su opinión mucho más importante. Jruchov, al contrario, se hubiera precipitado hacia Stalin al instante, dejando de lado cualquier tipo de obligación…
El resultado de la conversación entre Jruchov y Beria fue un acuerdo recíproco para obstaculizar la llegada al timón del estado de los candidatos de Stalin, sobre todo de Ponomarenko. El astuto Jruchov, favorecido por su cargo de jefe del comité moscovita del Partido, logra el mismo acuerdo, silencioso pero claro, también con Malenkov.
La muerte de Stalin llega inesperadamente. Sobre las probables causas se han hecho numerosas y diferentes suposiciones. Como quiera que sea, resulta poco creíble la hipótesis de una eliminación violenta del líder por parte de sus colaboradores temerosos de una purga inminente. Stalin era un “dios”, cada dirigente tenía en la sangre, en el ADN, una especie de veneración y al mismo tiempo una sensación de miedo hacia él. Solamente un loco desesperado habría osado levantarle la mano y locos desesperados no existían en la dirección del país. Sin embargo el recambio en la dirección del Partido y del Estado promovido por el líder habría podido claramente inducir a la “vieja guardia” a dejar de lado las divergencias, las simpatías y las antipatías personales, y formar un frente único contra sus últimas decisiones. Y así sucede: ésta se unió y se jugó el todo por el todo.
Como se sabe, Stalin se apaga en el transcurso de pocos días. El 5 de marzo de 1953, cuando según los comunicados oficiales estaba todavía vivo, pero en condiciones desesperadas, se convoca en el Kremlin una reunión conjunta del Plenum del CC de PCUS, del Consejo de Ministros y del Presidium del Soviet Supremo de la URSS. La “vieja guardia”, preparada para la batalla contra los candidatos de Stalin por las densas y ocultas maniobras de Jruchov, activamente apoyado por Malenkov y Beria, se toma allí la revancha total. El Presidium ampliado del Comité Central se desmantela, con la consiguiente desautorización de los jóvenes cuadros y los exponentes de las jóvenes generaciones fueron expulsados también de la secretaría del CC. Al contrario, Molotov y Mikoyan fueron readmitidos en el Buró del Presidium del CC. Naturalmente, ninguno se acordó de las decisiones de Stalin de designar a Ponomarenko jefe del gobierno. Este fue para colmo expulsado de la dirección del Partido y condenado al declive: primero se le nombró Ministro de Cultura, después se le mandó a la lejana Kazajastán y al final se le colocó políticamente a reposar en una embajada en el extranjero. Perdieron también sus cargos decisivos Malishev, Pervuchin y Saburov, desplazados a ministerios poco importantes.
Se trató de un golpe al Estado y al Partido. La “vieja guardia” había logrado evitar la pérdida inminente de sus altos cargos, en la práctica ya decididos. El ascenso de hombres como Ponomarenko, Saburov, Pervuchin y Malishev representaba su condena política, les recordaba que su tiempo ya estaba pasado y que, sin quitarse nada de sus méritos, deberían hacerse a un lado. Pero los dirigentes del Partido habituados al poder, a los honores y al respeto no supieron resignarse a este destino. Y de esta forma regresaron al timón del Estado los representantes del pasado, hombres incapaces de dirigir el país con competencia y conocimiento de causa. En las bases de un estado potente y en fase de desarrollo dinámico se abrió la primera grieta que extendiéndose paulatinamente, habría llevado en pocos decenios al derrumbe del todo el edificio. Pero los colaboradores de Stalin, a diferencia del líder desaparecido, pensaban en última instancia en el país y en el pueblo.
El éxito de las tramas para la eliminación de los candidatos de Stalin consintió a Jruchov de conquistar posiciones políticas cruciales que jamás hubiera podido soñar. En la batalla subterránea para los más altos cargos, hecha a base de intrigas oscuras y golpes bajos, el enérgico, astuto e inescrupuloso Nikita se sentía perfectamente a sus anchas y se imponía con facilidad sobre sus colegas más torpes por medio de la vetusta costumbre de la observancia de los principios elementales de la vida del Partido y del Estado. Sobre el camino de la instauración del poder personal quedaba solamente un obstáculo: la contrariedad de Beria. Pero de éste, que se destacaba por sus cualidades prácticas y conocía los lados oscuros de las actividades de muchos miembros del Buró Político, la “vieja guardia” abrigaba sentimientos poco amigables. Jruchov naturalmente se aprovechó apelando al método experimentado de “convocar a las fuerzas ejemplares”. Después de Beria le llega el turno a los otros excolaboradores de Stalin que querían frenar al ambicioso Nikita en su carrera a la dictadura personal: en la nueva situación esta misma habría sido dañina para el desarrollo del país. Pero a estas alturas a esto ya no se le prestaba atención, los intereses de grupo, de clanes y de élites habían tomado la delantera a aquellos del estado y de la sociedad. A los máximos niveles de la dirigencia del país se habían impuesto esas “fuerzas y tradiciones de la vieja sociedad” contra las cuales Stalin había luchado despiadadamente.
Después de haber hecho fracasar el proyecto de Stalin de un traspaso “suave” del poder a las nuevas generaciones, la “vieja guardia” con sus propias manos se cavó la tumba en la cual pronto Jruchov la habría enterrado sin muchos esfuerzos. Y así un gran estado se encaminaba ineluctablemente al final, después que a su timón llegara un aventurero ignorante, incapaz de liberarse de los métodos trotskistas y de los mandos de la administración del país.
Fuente original: “Zavtra”, N° 12, 16.3.2003 http://zavtra.ru/cgi//veil/data/zavtra/03/487/61.html
Traducción del original al italiano: Stefano Trocini
Traducido al español a partir del texto en italiano
Fuente: http://www.aginform.org/dobrov.html

Tomado de El Socialismo es la solución