jueves, marzo 27, 2014

Dos mundos, dos caminos (1949)

Por Bolesław Bierut

Tomado de Bitácora de un NICARAGÜENSE

¿Cuáles son las razones ideológicas, políticas y económicas de las intrigas de los belicistas? ¿Cuál es la causa de los mortales y crecientes nerviosismos en la política de los Estados imperialistas?

No hay duda de que de todas las razones para este nerviosismo excepcional entre los políticos y diplomáticos imperialistas, es primeramente el crecimiento constante de las fuerzas del socialismo y la democracia popular, la creciente conciencia revolucionaria por parte de las personas que trabajan en la mayoría de los países, y la marcha hacia adelante del movimiento de liberación de los pueblos coloniales.

Tanto durante como después de la última guerra, los políticos capitalistas estaban bastante seguros de que la lucha había debilitado seriamente a la Unión Soviética, cuyo suelo aún está manchado con la sangre de sus hijos que murieron en la batalla contra el agresor, el país que no escatimó sacrificios para ayudar a la pueblos oprimidos. Pero resultó que los pueblos de la Unión Soviética que llevaron la carga inconmensurable de la guerra, desplegaron tanto en el frente y como detrás de las líneas, un heroísmo del que sólo las gentes de un país socialista son capaces. De hecho, lejos de debilitarse, las fuerzas productivas del pueblo soviético que en los planes quinquenales de preguerra se habían desarrollado a una velocidad que habían sorprendido al mundo entero se hicieron más fuerte durante la guerra debido a los esfuerzos y la capacidad creativa de la masas que estaban dispuestas a hacer cualquier sacrificio por la patria socialista.

El sistema socialista que había demostrado su superioridad en la construcción pacífica hizo visualizar una mayor superioridad tanto en tiempo de guerra como después. Como resultado, las fuerzas productivas de la Unión Soviética se están expandiendo a un ritmo mucho mayor que antes de la guerra, por lo tanto esto da al traste con las esperanzas y expectativas de los políticos imperialistas.

Los reaccionarios de los países capitalistas tenían la esperanza de que los partidos revolucionarios de la clase obrera –el Partido Comunista Francés, el Partido Comunista Italiano y otros– serían desangrados en la lucha contra los invasores fascistas, que todo el movimiento de la clase obrera en los países capitalistas se debilitaría, lo que permitiría a renegados y oportunistas hacerse con el control del la dirección de las organizaciones obreras. Pero resultó que la experiencia y la conciencia de clase revolucionaria del pueblo trabajador alcanzaron los niveles más altos debido al hecho de que durante los años sombríos de la ocupación las personas trabajadoras, encabezados por los partidos comunistas, con el apoyo de los socialistas de izquierda, habían soportado el peso principal de la lucha de liberación nacional.

En los países liberados por el ejército rojo soviético en donde ninguna intervención extranjera directa podría acudir en ayuda de los capitalistas y los terratenientes, el pueblo tomó el poder en sus propias manos y, en el marco de la democracia popular, tomaron el camino de la construcción socialista en tierras con una población total de 80 millones. En Francia, Italia y en varios otros países capitalistas el movimiento revolucionario de la clase obrera ha crecido enormemente.

Los imperialistas de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Países Bajos y Bélgica estaban seguros de que después de haber derrocado a sus rivales vencidos del mercado mundial, serían capaces de fortalecer su régimen despótico sobre los pueblos coloniales. Resultó, sin embargo, que los pueblos de las colonias y los países dependientes han sacado sus propias conclusiones de la experiencia de la guerra y están intensificando su lucha por la liberación y la independencia. Las guerras de liberación nacional en China, Indonesia y Vietnam son una prueba clara de que el movimiento de liberación se está extendiendo entre los pueblos oprimidos por el imperialismo.

Por lo tanto, como resultado de la guerra, las fuerzas populares han crecido y el territorio bajo control capitalista se ha reducido. El sistema socialista de economía que se está desarrollando en una escala cada vez más amplia en las repúblicas soviéticas, ha demostrado su superioridad sobre el mundo entero. Se ha convertido en un baluarte estable y una fuente de la experiencia práctica de las democracias populares en su desarrollo hacia el socialismo.

En el sistema capitalista, por otro lado, el efecto destructivo de las contradicciones económicas, políticas y sociales inherentes al capitalismo es cada vez más evidente.
En la lucha de los dos sistemas socio-económicos, las fuerzas del socialismo están creciendo, y las esperanzas y aspiraciones de los trabajadores de todo el mundo están llevando a más y más decididamente en el campo antiimperialista. Esta de hecho, es la poderosa fuerza invencible que será capaz de frustrar los planes de guerra de los aventureros imperialistas.

Arraigado en el sistema capitalista son numerosas las contradicciones que revelan el origen de los fracasos y volteretas en la política de los Estados imperialistas.

Ya en la Primera Guerra Mundial, Lenin analizó profundamente estas contradicciones en su obra: «El imperialismo, fase superior del capitalismo» de 1916.

Llegando a las raíces mismas de la economía y la política del capitalismo moderno. Lenin definió al imperialismo como un sistema socio-económico en una etapa de decadencia, un sistema en el que las contradicciones internas se han agudizado a un grado sin precedentes, y donde se ha llegado a la etapa en que el mundo capitalista se puede comparar a un volcán en constante amenaza de entrar en erupción.

El proceso de concentración del capital está indefectiblemente acompañado por las crisis económicas periódicas que agudizan las contradicciones inherentes a la economía capitalista, contradicciones que se han desarrollado dentro de la crisis general de todo el sistema económico del imperialismo. Las relaciones internacionales del día actual son el reflejo de la crisis general del imperialismo. Las tendencias monopolistas del capital financiero se hicieron cada vez más pronunciada después de la Segunda Guerra Mundial. Los grupos poderosos de la oligarquía financiera están subordinando a sí mismos todo el aparato del Estado imperialista moderno, utilizándolo para asegurar posiciones privilegiadas o al menos, las posiciones más ventajosas en el mercado mundial.

Típico a este respecto es el denominado «Plan Marshall», que es, por cierto, un nuevo método de exportar capital y de su expansión bajo las condiciones dictadas por el «Estado usurero» a los «países deudores» que se encuentran en una situación extremadamente difícil. Este es un ejemplo claro de la forma en que los grandes monopolios, manipulados por los máximos dirigentes de la oligarquía financiera, se funden con las instituciones del Estado que están subordinadas a los intereses monopólicos. Los gobiernos imperialistas se están convirtiendo en los órganos ejecutivos de los grupos más influyentes de la oligarquía, una agencia comercial financiera que opera en su nombre y trata de influir en las relaciones internacionales de acuerdo con sus intereses. Esto no es más que un proceso más desarrollado y pronunciado de la economía monopolista que se combina con los órganos políticos del imperialismo a la vez cuando se hace cada vez más difícil vencer las contradicciones del sistema capitalista. La esencia de este proceso se puso al descubierto por Lenin en su brillante análisis.

Es imposible comprender la esencia de las relaciones sociales e internacionales hoy en día si se tiene en cuenta fenómenos políticos al margen de los fenómenos económicos o viceversa, algo que por costumbre la mayoría de los comentaristas burgueses tendenciosos hacen. La economía imperialista, llena de contradicciones insolubles, es la fuente de la política del imperialismo que se está convirtiendo cada vez más en una política desenfrenada y agresiva.

La ley del desarrollo desigual inherente al sistema capitalista en la época del imperialismo, aparece en la fase actual del imperialismo bajo una nueva forma. La historia de las relaciones internacionales durante el siglo actual ilustra claramente el funcionamiento de esta ley. Durante este período de grandes trastornos sociales el capitalismo fue derrocado en el vasto territorio del antiguo imperio zarista. El imperialismo japonés se expandió a un ritmo excepcionalmente rápido sólo para terminar en un fracaso vergonzoso. El imperialismo alemán dos veces intentó conquistar el mundo, devastando Europa con los estragos de la guerra. Los imperialismos más débiles de países como Francia, Bélgica, Holanda e Italia se vendieron al imperialismo estadounidense. Por último, el imperialismo británico; el cual está especializado en hacer que otras personas les saquen las castañas del fuego por él, sufrió una derrota ignominiosa después de un largo periodo de rivalidad. El gobierno «socialista» en Gran Bretaña prefiere seguir defendiendo la política de clase de sus amos en vez de la de su su propia clase obrera, lo que ha hecho también, que ellos mismos manejen, el bozal estadounidense que ha acallado al imperialismo británico. El único vencedor, que se ha atiborrado con el botín, es el depredador imperialismo estadounidense, que aspira a los laureles de odio que en su día consiguió el hitlerismo.

La estructura del nuevo bloque de Estados imperialistas sin duda, contiene una serie de nuevas características que lo distinguen de los que conocemos por la historia pasada de las coaliciones y bloques militares. Aquí en este nuevo bloque llama la atención la concentración de todos los tipos de dependencia: política, financiera, técnica y económica en el sentido más amplio del término. La dependencia de todos los participantes del bloque anida sobre el miembro de alto rango que obviamente, ocupa un lugar privilegiado y decisivo –los Estados Unidos–.

La cuestión se plantea, por lo tanto: ¿es esta dependencia en este miembro decisivo una expresión de la fuerza del bloque o de su debilidad?

Si el objetivo del bloque es, como los diplomáticos imperialistas pretenden, la defensa de la paz –la paz imperialista, por supuesto–, esto significa que las relaciones en que se basa este bloque agresivo –la excesiva dependencia de los participantes en el miembro más poderoso– serán conservadas. El Estado usurero es el miembro más fuerte y el verdadero amo del bloque.

Pero la amistad entre el prestamista y su deudor nunca es genuina y duradera.
Tal es la ley inexorable del desarrollo desigual del imperialismo.

El principal factor que está ganando cada vez más fuerza, y que suena el toque de velorio para el imperialismo, es el crecimiento radical del movimiento revolucionario que ha llegado una escala sin precedentes, como resultado de la victoria histórica del mundo de la Unión Soviética sobre el fascismo alemán.

La agudización constante de la crisis general del capitalismo y las llamas siempre crecientes del socialismo; estos son los dos factores de influencia de los cuales un gran proceso histórico está llegando a su término, el proceso de transformación en el fuego de las batallas sociales del sistema antiguo, obsoleto, en un nuevo sistema social.

***
Pronto habrán transcurrido cuatro años desde que terminó la guerra; cuatro años de trabajo creativo intenso como el de que nunca se había conocido en los mil años de existencia de Polonia, que ha dado resultados sin precedentes. Esto fue posible debido a que la clase obrera buscó tomar el poder en sus propias manos, porque en el ejercicio de ese poder la clase obrera de Polonia está confiando en la alianza y fraternidad de los pueblos de la Unión Soviética y las democracias populares, en la clase obrera de todo el mundo. Esto fue posible debido a que, siempre nos hemos guiado por la clase obrera, lo que se ha traducido en que el pueblo polaco esté sentando los cimientos de una Polonia socialista.

La presente formación del mundo tiene cortes claros. 

Los que defienden el poder del pueblo, que quieren la felicidad y el éxito para el pueblo, los que son patriotas genuinos y quieren la prosperidad y la soberanía de su país, estos son los campeones de la paz, la democracia y el socialismo. Los que quieren las explotación y opresión de los trabajadores, el regreso de los terratenientes y capitalistas, quienes son los adoradores del dólar, y que a pesar de su fraseología nacionalista son los más puros cosmopolitas que están traicionando la independencia de sus países. 

Esa es la línea de demarcación social y política en nuestros días.Las fuerzas de los trabajadores polacos en cuya cabeza, marchando bajo filas cerradas, es la heroica clase obrera de Polonia, tiene la conciencia de la justicia de nuestra causa y la firmeza ideológica indestructible de nuestro Partido; éstas son las garantías por las que durante 1949 la gran mayoría de nuestro pueblo se unirán aún más estrechamente en torno a la plataforma de una Polonia popular en la lucha por la paz y el avance hacia el socialismo. Para todas las personas honestas de la lucha por la paz significa la lucha por la libertad y el progreso de la humanidad, la lucha por los valores morales y espirituales, intelectuales y materiales de la humanidad.

Para todas las personas que trabajan, independientemente de su nacionalidad o religión, color de piel o la forma de vida, la lucha por la paz significa la lucha para eliminar las fuentes y las raíces sociales del saqueo, la explotación y coerción del hombre, lo que otra forma dicha, significa la lucha por un nuevo y mejor sistema social.

Para la clase obrera pues, para los partidos comunistas, la lucha por la paz significa la lucha por la victoria del socialismo en el mundo entero.

La lucha por la paz o el curso hacia el desencadenamiento de la guerra; este es hoy el criterio para determinar la correlación de las fuerzas sociales a través de la nueva relación de fuerzas internacionales. Y esta nueva relación se traducirá en la destrucción final del imperialismo y con la victoria del sistema social en el que el hombre no volverá a tomar las armas contra el hombre.


martes, febrero 18, 2014

Mao y la defensa de Stalin

Tomado de la obra de Jose Sotomayor Pérez ¿Leninismo o maoismo?

FARISAICA DEFENSA DE STALIN

La postura de los dirigentes del PCCh frente al «Discurso Secreto de Jruschov», hizo
pensar a muchos que los comunistas chinos eran defensores leales de la primera
experiencia histórica de la dictadura del proletariado y de Stalin en persona. No
fuimos pocos los que, por esta razón, nos inclinamos al lado de Pekín los años que
el PCCh polemizó con el PCUS y el Movimiento Comunista Internacional.
En los documentos del PCCh y en la folletería de los dirigentes chinos se cita con
frecuencia a Stalin junto a Marx, Engels y Lenin. En la RPCh los retratos de Stalin
siguen al lado de los de sus 3 antecesores. Todo, esto, sin embargo, no es suficiente
para conocer la verdadera posición del maoísmo: frente a Stalin.
En realidad, la defensa que los líderes pekineses hacen de Stalin tiene un carácter
demagógico y farisaico. Hoy se conocen documentos del PCCh y escritos del propio
Mao Tze Dong que han sido publicados, unos a la muerte de éste y otros con motivo
de la «revolución cultural». Son instrumentos probatorios de que el maoísmo
tiene dos posiciones frente a Stalin: una real pero oculta; y otra falsa fingida, hecha
para la exportación, como arma de combate contra el PCUS.
La contribución de la Internacional Comunista y de Stalin en la elaboración de
la estrategia de la revolución china, su caracterización y desarrollo, son hechos
objetivos que no se pueden borrar de la historia, Tampoco pueden ser falsificados
gratuitamente como lo hacen los dirigentes chinos.
Tanto en lo que concierne a la revolución china, como en lo referente a la edificación
del socialismo, Mao Tze Dong y su grupo han sostenido y sostienen puntos
de vista radicalmente distintos a los que sostuvo Stalin. Es más, calumnian a éste
atribuyéndole toda clase de errores. Por eso, no hay un mínimo de honestidad en
su cacareada defensa del sucesor de Lenin.
Veamos qué dice Mao Tze Dong de la posición de Stalin durante el desarrollo de la
revolución china: «De él provienen tanto el aventurerismo de izquierda de Wang
Ming en la última fase de la guerra civil revolucionaria, como su oportunismo de
derecha en la fase inicial de la guerra de resistencia contra el Japón. En el período
de la Guerra de Liberación, Stalin comenzó por prohibirnos hacer la revolución,
afirmando que si estallaba una guerra civil, la nación china se encontraría bajo
amenaza de la ruina. Iniciada la guerra, creyó sólo a medias en nuestra fuerza. Al
triunfo de la guerra, tuvo la sospecha de que la nuestra era una victoria al estilo
Tito y ejerció en los años 1949-1950, una presión muy grande sobre nosotros».
Resulta, pues, que Stalin —según Mao— fue responsable directo de todas las
desviaciones que se presentaron en el PCCh; prohibió hacer la revolución china;
cuando ésta comenzó dudó de su triunfo y cuando triunfó sospechó que no sería
una verdadera revolución socialista. En otras palabras, Stalin sólo atinó a dar
orientaciones y consejos erróneos a los dirigentes chinos y a ejercer presiones
malsanas durante todo el curso de la revolución china, Estas afirmaciones de Mao
constituyen una burda falsificación de la historia; nunca podrán respaldarse con
pruebas; son simples invenciones para atribuirse él mismo todos los méritos en la
dirección de la revolución china. Se trata de patrañas que armonizan plenamente
con las bien conocidas pretensiones pekinesas de escribir la historia de la revolución
china como la historia personal de Mao Tze Dong.
En su famosa campaña para «la ordenación del estilo», del año de 1942, Mao
propuso sustituir el leninismo por el maoísmo, alegando que la doctrina de Lenin
era el «marxismo ruso», inservible para conocer el carácter de la revolución china
y dirigirla correctamente; declaró que la asistencia y orientación dada por la Internacional
Comunista a la revolución china había sido totalmente errónea, y por
último que la ayuda prestada por la Unión Soviética y el PC (b) de la URSS al PCCh
no sólo había sido ineficaz sino perjudicial.
En el Capítulo I, nos hemos referido a las desviaciones de Mao Tze Dong en todo
el curso de la revolución china. Hemos visto sus andanzas aventureras ultraizquierdistas
al lado de Li Li san, después de haber compartido los puntos de vista
derechistas de Chen Tu siu. También nos hemos referido a sus confesiones en
torno a su total desconocimiento de la sociedad, la nación y la revolución: china,
cuando ya era miembro del Comité Centra del PCCh. Si en tales condiciones, la
Internacional Comunista y Stalin en persona no hubieran prestado el apoyo político
necesario al PCCh, comenzando por esclarecer y establecer cuál era el carácter
de la revolución china, qué objetivos debía perseguir, a quiénes debía golpear y
en quiénes debía apoyarse es imposible concebir el triunfo de la revolución china.
«Desnudos» en conocimientos, ¿en cuánto tiempo hubieran hecho, solos, ese
aprendizaje los dirigentes chinos?
Si las «sospechas» de Stalin con relación al futuro de la revolución china son ciertas,
ellas se han justificado plenamente. El curso que el maoísmo ha imprimido
al proceso revolucionario en la RPCh, ha alejado a este país del campo socialista.
El «comunismo cuartelero» de Mao, se ha convertido en aliado del imperialismo.
Mao culpa a Wang Ming de ser el portador y vehículo de las desviaciones de «izquierda» y «derecha» de Stalin. Esto no es casual: Wang Ming, tenía formación
internacionalista y era miembro del Secretariado Político del Comité Ejecutivo de
la Internacional Comunista. Mao lo calificó de «principal representante del marxismo
ruso y de la línea de la Internacional Comunista en el PCCh». Incluyó a todos
los militantes comunistas chinos que habían estudiado en la URSS en el llamado
«grupo prosoviético y dogmático de Wang Ming».
Los dirigentes chinos defienden de palabra a Stalin, pero en los hechos lo calumnian
y lo vejan. ¿Cómo puede ser «un gran marxista leninista», quien cometió toda
clase de errores, prohibió hacer la revolución y ejerció presiones perniciosas?
En sus comentarios a los «Problemas Económicos del Socialismo en la URSS» de
Stalin, Mao Tze Dong, toma una posición abiertamente antistaliniana. «Stalin —
dice— no destaca más que la tecnología y los dirigentes técnicos. No quiere nada
que no sea la técnica y los dirigentes. Ignora la política y las masas. También
aquí es unilateral». Y agrega «Stalin no ha encontrado ni el método adecuado ni
el camino bueno que conducen del capitalismo al socialismo y del socialismo al
comunismo. PARA EL ESTE ES UN ASUNTO MUY EMBARAZO.
Por las publicaciones que hicieron los «guadias rojos», durante la «revolución cultural» se sabe que Mao calificó a Stalin de metafísico y que acusó de haber sido el
causante del estancamiento del marxismo leninismo en la Unión Soviética desde
1935, año de la Conferencia de Dsunyi que pone al «gran timonel», en la dirección
del PCCh.
Según el maoísmo entre Trotski y Stalin no había mayor diferencia. «Ahora bien
—dice el maoísta Kostas Mavrakis— Trotski compartía las premisas teóricas de
donde surgían los errores de Stalin. ¿Cómo podía hacer una crítica válida? Ambos
reducían la construcción del socialismo al desarrollo de las fuerzas productivas
materiales; negaban que pudiera haber burguesía sin propiedad privada de los
medios de producción; ignoraban la distinción entre contradicciones antagónicas
y no antagónicas, en el seno del pueblo, y entre el pueblo y sus enemigos. Se situaban
en el mismo terreno, planteaban los mismos falsos problemas, solo divergía
en las respuestas. Para uno, el enemigo era la «burocracia bonapartista; para el
otro los agentes enviados por el cerco capitalista».
En este pasaje se resumen los últimos puntos de vista del maoísmo sobre Stalin,
dados a conoce durante los años de la «revolución cultural». Para Pekín, en última
instancia el verdadero causante de lo que llama «la restauración del capitalismo
en URSS», es Stalin; es él quien dirigió la construcción «deformada del socialismo», planteando «falsos problemas».
Impugnar la experiencia soviética y ofrecer a los pueblos del mundo la experiencia
china, con única alternativa, no puede concordar objetivamente con una leal
defensa de Stalin. Tal «defensa» resulta pura hipocresía, farsa, maniobra maquiavélica.
Pekín necesita cargar a la cuenta de Stalin toda clase de errores y reducir
al mínimo sus méritos, con el fin de justificar la prolongada y enconada oposición
de Mao Tze Dong a la Internacional Comunista; su chovinismo antisoviético y sus
«grandes saltos» aventureros.
Para que Mao aparezca como un gigante, los dirigentes chinos se empecinan en
presentarnos un Stalin disminuido. Creen que en esta forma quedará demostrado
que «ninguno de los marxistas leninistas precedentes dirigió personalmente, en
primera línea, tantas importantes campañas políticas y militares como el Presidente
Mao, ni experimentó una lucha tan prolongada, complicada, violenta y multifacética
como el Presidente Mao... ¿Dónde se puede encontrar en la Antigüedad
o en nuestro tiempo, en China o en el extranjero una teoría de tan alto nivel o un
pensamiento tan maduro como el pensamiento del Presidente Mao?».
No tenemos necesidad de refutar esta divertida mezcla de fatuidad e ignorancia,
fruto de la adulonería de los secuaces de Mao durante los años de la «revolución
cultural».
Los auténticos puntos de vista de Mao Tze Dong y su grupo sobre Stalin fueron
escondidos durante largo tiempo; pero ahora que se les conoce, ya nadie puede
dudar que los objetivos perseguidos por la dirigencia china con su mentirosa
«defensa de Stalin», no fueron otros que sembrar el desconcierto en las filas del
Movimiento Comunista Internacional y alimentar el antisovietismo. Pekín utiliza
a Stalin como cobertura de todas las traiciones de la dirigencia china.

Comunicado de RBC ante el fallecimiento del preso político vasco Arkaitz Bellón Blanco

Desde la Red de blogs comunistas (RBC), a la par que mostramos nuestro sufrimiento e ira causados por la muerte en la cárcel gaditana de Puerto del preso político vasco Arkaitz Bellón, manifestamos también nuestro respeto y condolencias a sus familiares y amigos, y condenamos y denunciamos firmemente el papel directo que el Estado ha tenido en el fatal desenlace.

Arkaitz era natural del pueblo vizcaíno de Elorrio, tenía 36 años y salía de prisión este próximo mes de mayo.



Desde su ingreso carcelario en el año 2.000 fue seguido de cerca tanto por los responsables políticos (cargos administrativos) como prácticos (carceleros) y le propinaron tres palizas, que denunció firme y oportunamente, teniendo lugar la última de ellas en marzo del año pasado en la prisión de Sevilla.

Pero, ¿por qué decimos que el papel del Estado español en su muerte fue ya no circunstancial, sino decisivo? Pues porque en primer lugar, no es habitual (salvo en el caso de los presos políticos vascos, comunistas, antifascistas y gallegos) el que estando condenados por acciones como las que llevaron a prisión a Arkaitz (quemar un autobús) se les mantenga en primer grado. Esa es una regla de excepcionalidad que, en contra de lo que se pudiera creer, en lugar de excepción, es norma, no siendo esta (ni mucho menos) el único ejemplo posible.

En segundo lugar, el elorrioarra debería de haber sido liberado hace 3 años, al cumplir las tres cuartas partes de la condena.

En tercer lugar, al estar en primer grado, se encontraba aislado de los demás compañeros de su colectivo, así como de la totalidad de presos políticos con los que pudiera coincidir, ,dato que es más importante de lo que pudiera parecer en un primer momento, ya que de haber estado con estos hubieran podido avisar a los servicios médicos de que no se sentía bien y, tal vez, se hubiera podido hacer algo. Al estar, como decimos, aislado, fue encontrado en el recuento que se hizo después de comer, no sabiendo cuál ha sido el periodo de tiempo que pasó desde su malestar inicial hasta que fue hallado sin vida.

Y en cuarto lugar, Arkaitz se encontraba a 1.000 kilómetros de su querida Euskal Herria, dato este que convierte cada viaje de los familiares para visitarlo en un riesgo continuo y elevado de accidente (dada la lejanía entre su localidad natal y la cárcel), incrementando la ya de por sí elevada tensión diaria del elorrioarra.

Si sumamos todas, aislamiento, lejanía de su hogar, tres severas palizas y el riesgo de que en cualquier momento se pudiese producir una cuarta, la impunidad que tienen los ejecutores de las mismas, las mil y una provocaciones para evitar un desarrollo de la convivencia mínimamente normalizado, pues es fácil de comprender que pese a su edad de 36 años no estaba en unas condiciones óptimas para la vida.

Es por todo esto que no nos creemos la versión oficial de "muerte natural", por más que en la autopsia no se detecten pruebas de una muerte inducida. Creemos que las circunstancias recién señaladas hablan por sí mismas.

Por otra parte, el eufemismo "muerte natural" se ha demostrado falso en varias ocasiones. No hay más que recordar los casos del militante de ETA Joseba Arregi, muerto reventado en salvajes torturas en las que participaron 73 policías el 13 de febrero de 1981, habiendo sido detenido el 4 de febrero; la muerte el 6 de septiembre de 1980 del simpatizante del PCE (R) José España Vivas en idénticas circunstancias; la muerte de la también militante de ETA Gurutze Iantzi en 1996, (se pueden ver las fotos de su cuerpo en el ataúd enhttp://www.forocomunista.org/viewtopic.php?f=2&t=1388&start=310 ) todas ellas presentadas a la opinión pública con la consabida excusa de "muerte natural”. De manera que a nadie medianamente consciente le pueden ya colar ese cuento.

Nosotros, desde la RBC, nos unimos a las manifestaciones de dolor de la clase y pueblo trabajadores vascos y animamos a denunciar la criminal política de dispersión y a pelear sin tregua por la amnistía total para todos los presos políticos.


!Agur eta ohore, Arkaitz!
!Adiós y honor, Arkaitz!
!Gogoan Zaitugu!
!Te recordamos!

COMUNICADO DE RBC SOBRE LA CRISIS ECONÓMICA Y LOS RECORTES SOCIALES CONTRA LOS TRABAJADORES

Actualmente estamos pasando por una coyuntura en la que el capitalismo imperialista ha desatado un ataque brutal, en forma de recortes sociales, derechos y libertades, contra los trabajadores, los pobres y los oprimidos de todo el mundo. 

Arrastrando a la miseria y condenando a la pobreza a la mayoría, se apunta a la progresiva pauperización y esclavización del proletariado y las clases populares.

Actualmente, se está experimentando, mucho más gravemente que antes, la descomposición de la salud y la educación pública, los despidos y los recortes salariales, los recortes de todo tipo de derechos sociales y laborales, el saqueo de la riqueza pública y la represión militarizada y un nuevo auge del fascismo. A esta espiral de agresiones contra la clase trabajadora se le suma, especialmente en países como España, el desafío al derecho capitalista supuestamente “sagrado” de la propiedad privada, y miles de familias obreras y marginadas están sufriendo la expulsión de sus hogares por no poder hacer frente a la estafa hipotecaria. 

La burguesía ha iniciado una campaña en la que da vuelta tras vuelta de tuerca sobre la opresión y explotación de los trabajadores y oprimidos de todo el mundo, iniciada pocos años después de la caída de la Unión Soviética, que sirvió de freno a los desmanes de la barbarie capitalista después de la Segunda Guerra Mundial hasta finales del siglo XX.

Se trata de un auténtico bombardeo en el que el desempleo, los recortes, la miseria, los desahucios, las privatizaciones, leyes mordaza, carestía de productos básicos, emigración masiva y, en definitiva, aumento de la explotación en todos los sentidos, son las bombas lanzadas cada vez más intensamente contra la clase obrera y los más desprotegidos. 

Por otro lado, nunca antes en la historia la sociedad había alcanzado este nivel de superproducción de bienes materiales, como el que hoy ha sumido al sistema capitalista en la más catastrófica crisis económica de toda su existencia, y de la cual pretenden salir, tal y como ya anunciaba Marx en sus análisis, a costa del reajuste de la tasa de beneficios obtenida con el aumento de la explotación a la clase productora, a los trabajadores. La crisis económica, cuyos responsables son los propios capitalistas, afecta dramáticamente a las clases populares de todo el mundo mientras que, al contrario, aumenta los beneficios a los explotadores

Los planes anticrisis de la burguesía imperialista, como sabemos, los grandes responsables del desastre, pasan por utilizar el dinero público en su propio beneficio –léase los impuestos tributados sobre todo por los trabajadores – y recortar el gasto social –es decir, rebajar los salarios, supresión de prestaciones, aumento de impuestos, etc.…–. El objetivo es, en contradicción con el propio dogma que ha justificado siempre a la barbarie capitalista, la libre competencia de capitales, “rescatar” o “salvar” a los gigantescos grupos empresariales monopolistas, principalmente financieros, y resolver con el dinero público los problemas provocados por la crisis a los grandes capitalistas.

Esto significa una nueva redistribución regresiva del ingreso, que viene en marcha y sin interrupciones desde la década los ‘80. Lo que los capitalistas, en la cúspide de la sociedad actual, pretenden acentuar es el control sobre el ingreso total y eliminar así cualquier tipo de posibilidad de independencia o de resistencia (la más mínima “previsión”) a las crisis por parte de las clases populares. Se trata de una progresiva y cada vez más extendida racionalización de la vida y sobrevida de los trabajadores, que se traduce como ya es sabido en las presiones que originan los niveles cada vez más alarmantes de desempleo, pobreza, desnutrición y hambre, que son vistos no como tragedia por las clases dominantes, sino arietes para presionar contra el salario, lo que denomina la burguesía internacional como “costes” cuya reducción, se sabe, implica un empobrecimiento de consecuencias funestas para el pueblo trabajador, con el incremento de la violencia callejera subsiguiente por los elementos de la delincuencia más baja, que agregan al trabajador, del riesgo de estos días de morirse de hambre, el de recibir un disparo o cualquier tipo de agresión por parte de los despojos sociales que solo pueden anidar con el colapso social en ciernes.

Todo ello está provocando que se vaya agotando la paciencia de los trabajadores y de los oprimidos, a la vez que crece el odio de clase hacia el capitalismo y la burguesía. Poco a poco, se abre paso la rebelión de los asalariados del mundo en multitudinarias movilizaciones, huelgas, paros generales, levantamientos contra las consecuencias crisis, contra los “planes de salvación”, contra el sistema mundial de la explotación de una clase parásita minoritaria sobre la mayoría trabajadora. Día a día se siente el nuevo despertar del movimiento obrero frente a un sistema que no es capaz, o al que ya no le interesa, de mantener el supuesto bienestar con el que se había ganado a la clase obrera mientras existió la Unión Soviética, y que hoy está cada vez más asfixiada por el creciente coste de manutención de la élite capitalista.

Sin embargo, ante este panorama que naturalmente debería provocar la reacción de la clase trabajadora, se han constatado dos cuestiones de suma crudeza: 

Por una parte, la debilidad y fragmentación del Movimiento Comunista Internacional y la ausencia organizativa de referentes revolucionarios y consecuentes con capacidad para dar respuesta a esta situación. Es decir, de un partido de vanguardia verdaderamente revolucionario.

Por otra parte, que ni el reformismo-revisionismo ni sus sindicatos y organizaciones han sido capaces de organizar una mínima respuesta a la guerra de la burguesía contra la clase obrera. Al contrario, han cumplido a la perfección su papel de servidores de los intereses de la gran burguesía, como colchón de contención del malestar popular.

Hoy la clase obrera y los trabajadores del mundo deben tomar conciencia de su grave situación, de la creciente agresión a la que la burguesía les somete, del retroceso continuo a los tiempos del más vil capitalismo y de la esclavitud y, sobre todo, de la necesidad de prepararse para la lucha a muerte que ha de iniciar para derribar este sistema criminal. 

Poco a poco, los derechos que fueron conquistados gracias a la sangre derramada por héroes anónimos de la clase obrera en dura lucha contra la explotación, está en peligro.

La única solución para que la resistencia de la clase trabajadora sea eficaz contra la barbarie es la rebelión organizada contra el sistema capitalista imperialista, la asunción de la necesidad de volver a tomar el cielo por asalto. 


Hoy, más que nunca, es necesaria una nueva Revolución, la destrucción definitiva y total del estado capitalista y su sustitución por un estado obrero, en el que sean estos últimos, los productores de la riqueza, la clase dominante, y en la que las decisiones políticas y económicas estén en su mano. 

Para ello, el Movimiento Comunista Internacional (MCI) necesita depurarse del colosal montón de basura reformista y revisionista que alberga en su interior y que acrecienta la confusión y la dispersión actual, buscándose la unidad de todos aquellos que crean en la teoría y la práctica revolucionaria de nuestros antecesores en el camino marxista-leninista, en la lucha por alcanzar el sueño comunista , aplicando la autocrítica obligatoria de todo aquel que así se considere, y buscando la adaptación de las teorías revolucionarias a las circunstancias cambiantes históricas actuales.

Es necesario, y en ese objetivo está la Red de Blogs Comunistas, buscar principios comunes, huir de los sectarismos y dogmatismos, y luchar unidos, en una acción revolucionaria común, para conseguir el objetivo final: la emancipación de los trabajadores, la destrucción del capitalismo y de la clase privilegiada y la construcción de una sociedad y un estado socialista para llegar en un futuro no muy lejano al horizonte del comunismo.

viernes, febrero 14, 2014

Stalin: La cuestión nacional (1924)

Capítulo 6 de Los fundamentos del leninismo de Stalin


Analizaré dos cuestiones fundamentales de este tema:
a) planteamiento de la cuestión,
b) el movimiento de liberación de los pueblos oprimidos y la revolución proletaria.
1) Planteamiento de la cuestión. Durante los dos últimos decenios, la cuestión nacional ha sufrido una serie de cambios muy importantes. La cuestión nacional del período de la II Internacional y la cuestión nacional del período del leninismo distan mucho de ser lo mismo. No sólo se diferencian profundamente por su extensión, sino por su carácter interno.
Antes, la cuestión nacional no se salía, por lo común, de un estrecho círculo de problemas, relacionados principalmente con las nacionalidades "cultas". Irlandeses, húngaros, polacos, finlandeses, servios y algunas otras nacionalidades europeas: tal era el conjunto de pueblos sin plenitud de derechos por cuya suerte se interesaban los personajes de la II Internacional. Los pueblos asiáticos y africanos, decenas y centenares de millones de personas-, que sufren la opresión nacional en su forma más brutal y más cruel, quedaban generalmente fuera de su horizonte visual. No se decidían a poner en un mismo plano a los blancos y a los negros, a los pueblos "cultos" y a los "incultos". De dos o tres resoluciones vacuas y agridulces, en las que se eludía cuidadosamente el problema de la liberación de las colonias, era todo de lo que podían vanagloriarse los personajes de la II Internacional. Hoy, esa doblez y esas medias tintas en la cuestión nacional deben considerarse suprimidas. El leninismo ha puesto al desnudo esta incongruencia escandalosa, ha demolido la muralla entre los blancos y los negros, entre los europeos y los asiáticos, entre los esclavos "cultos" e "incultos" del imperialismo, y con ello ha vinculado la cuestión nacional al problema de las colonias. Con ello, la cuestión nacional ha dejado de ser una cuestión particular e interna de los Estados para convertirse en una cuestión general e internacional, en la cuestión mundial de liberar del yugo del imperialismo a los pueblos oprimidos de los países dependientes y de las colonias.
Antes, el principio de la autodeterminación de las naciones solía interpretarse desacertadamente, reduciéndolo, con frecuencia, al derecho de las naciones a la autonomía. Algunos líderes de la II Internacional llegaron incluso a convertir el derecho a la autodeterminación en el derecho a la autonomía cultural, es decir, en el derecho de las naciones oprimidas a tener sus propias instituciones culturales., dejando todo el Poder político en manos de la nación dominante. Esta circunstancia hacía que la idea de la autodeterminación corriese el riesgo de transformarse, de un arma para luchar contra las anexiones, en un instrumento para justificarlas. Hoy, esta confusión debe considerarse suprimida. El leninismo ha ampliado el concepto de la autodeterminación, interpretándolo como el derecho de los pueblos oprimidos de los países dependientes y de las colonias a la completa separación como el derecho de las naciones a existir como Estados independientes. Con ello, se eliminó la posibilidad de justificar las anexiones mediante la interpretación del derecho a la autodeterminación como derecho a la autonomía. El principio mismo de autodeterminación, que en manos de los socialchovinistas sirvió, indudablemente, durante la guerra imperialista, de instrumento para engañar a las masas, convirtióse, de este modo, en instrumento para desenmascarar todos y cada uno de los apetitos imperialistas y maquinaciones chovinistas, en instrumento de educación política de las masas en el espíritu del internacionalismo.
Antes, la cuestión de las naciones oprimidas solía considerarse como una cuestión puramente jurídica. Los partidos de la II Internacional se contentaban con la proclamación solemne de "la igualdad de derechos de las naciones" y con innumerables declaraciones sobre la "igualdad de las naciones", encubriendo el hecho de que, en el imperialismo, en el que un grupo de naciones (la minoría) vive a expensas de la explotación de otro grupo de naciones, la "igualdad de las naciones" es un escarnio para los pueblos oprimidos. Ahora, esta concepción jurídica burguesa de la cuestión nacional debe considerarse desenmascarada. El leninismo ha hecho descender la cuestión nacional, desde las cumbres de las declaraciones altisonantes, a la tierra, afirmando que las declaraciones sobre la "igualdad de las naciones", si no son respaldadas por el apoyo directo de los partidos proletarios a la lucha de liberación de los pueblos oprimidos, no son más que declaraciones hueras e hipócritas. Con ello, la cuestión de las naciones oprimidas se ha convertido en la cuestión de apoyar, de ayudar, y de ayudar de un modo real y constante, a las naciones oprimidas en su lucha contra el imperialismo, por la verdadera igualdad de las naciones, por su existencia como Estados independientes.
Antes, la cuestión nacional se enfocaba de un modo reformista, como una cuestión aislada, independiente, sin relación alguna con la cuestión general del Poder del capital, del derrocamiento del imperialismo, de la revolución proletaria. Dábase tácitamente por supuesto que la victoria del proletariado de Europa era posible sin una alianza directa con el movimiento de liberación de las colonias, que la cuestión nacional y colonial podía resolverse a la chita callando, "de por sí", al margen de la vía magna de la revolución proletaria, sin una lucha revolucionaria contra el imperialismo. Ahora, este punto de vista antirrevolucionario debe considerarse desenmascarado. El leninismo demostró, y la guerra imperialista y la revolución en Rusia lo han corroborado, que el problema nacional sólo puede resolverse en relación con la revolución proletaria y sobre la base de ella; que el camino del triunfo de la revolución en el Occidente pasa a través de la alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y de los países dependientes contra el imperialismo. La cuestión nacional es una parte de la cuestión general de la revolución proletaria, una parte de la cuestión de la dictadura del proletariado.
La cuestión se plantea así: ¿se han agotado ya las posibilidades revolucionarias que ofrece el movimiento revolucionario de liberación de los países oprimidos o no se han agotado? Y si no se han agotado, ¿hay la esperanza de aprovechar estas posibilidades para la revolución proletaria, de convertir a los países dependientes y a las colonias, de reserva de la burguesía imperialista, en reserva del proletariado revolucionario, en aliado suyo?, ¿hay fundamento para ello?
El leninismo da a esta pregunta una respuesta afirmativa, es decir, reconoce que en el seno del movimiento de liberación nacional de los países oprimidos hay fuerzas revolucionarias y que es posible utilizar esas fuerzas para el derrocamiento del enemigo común, para el derrocamiento del imperialismo. La mecánica del desarrollo del imperialismo, la guerra imperialista y la revolución en Rusia confirman plenamente las conclusiones del leninismo a este respecto.
De ahí la necesidad de que el proletariado de las naciones "imperiales" apoye decidida y enérgicamente el movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos y dependientes.
Esto no significa, por supuesto, que el proletariado deba apoyar todo movimiento nacional, siempre y en todas partes, en todos y en cada uno de los casos concretos. De lo que se trata es de apoyar los movimientos nacionales encaminados a debilitar el imperialismo, a derrocarlo, y no a reforzarlo y mantenerlo. Hay casos en que los movimientos nacionales de determinados países oprimidos chocan con los intereses del desarrollo del movimiento proletario. Cae de su peso que en esos casos ni siquiera puede hablarse de apoyo. La cuestión de los derechos de las naciones no es una cuestión aislada, independiente, sino una parte de la cuestión general de la revolución proletaria, una parte supeditada al todo y que debe ser enfocada desde el punto de vista del todo. En los años 40 del siglo pasado, Marx defendía el movimiento nacional de los polacos y de los húngaros contra el movimiento nacional de los checos y de los sudeslavos. ¿Por qué? Porque los checos y los sudeslavos eran por aquel entonces "pueblos reaccionarios", "puestos avanzados de Rusia" en Europa, puestos avanzados del absolutismo, mientras que los polacos y los húngaros eran "pueblos revolucionarios", que luchaban contra el absolutismo. Porque apoyar el movimiento nacional de los checos y de los sudeslavos significaba entonces apoyar indirectamente al zarismo, el enemigo más peligroso del movimiento revolucionario de Europa.
Las distintas reivindicaciones de la democracia -dice Lenin-, incluyendo la de la autodeterminación, no son algo absoluto, sino una partícula de todo el movimiento democrático (hoy, socialista) mundial. Puede suceder que, en un caso dado, una partícula se halle en contradicción con el todo; entonces, hay que desecharla (v. t. XIX, págs. 257-258).
Así se plantea la cuestión de los distintos movimientos nacionales, y del carácter, posiblemente reaccionario, de estos movimientos, siempre y cuando, naturalmente, que no se los enfoque desde un punto de vista formal, desde el punto de vista de los derechos abstractos, sino en un plano concreto, desde el punto de vista de los intereses del movimiento revolucionario.
Otro tanto hay que decir del carácter revolucionario de los movimientos nacionales en general. El carácter indudablemente revolucionario de la inmensa mayoría de los movimientos nacionales es algo tan relativo y peculiar, como lo es el carácter posiblemente reaccionario de algunos movimientos nacionales concretos. El carácter revolucionario del movimiento nacional, en las condiciones de la opresión imperialista, no presupone forzosamente, ni mucho menos, la existencia de elementos proletarios en el movimiento, la existencia de un programa revolucionario o republicano del movimiento, la existencia en éste de una base democrática. La lucha del emir de Afganistán por la independencia de su país es una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar de las ideas monárquicas del emir y de sus partidarios, porque esa lucha debilita al imperialismo, lo descompone, lo socava. En cambio, la lucha de demócratas y "socialistas", de "revolucionarios" y republicanos tan "radicales" como Kerenski y Tsereteli, Renaudel y Scheidemann, Chernov y Dan, Henderson y Clynes durante la guerra imperialista era una lucha reaccionaria, porque el resultado que se obtuvo con ello fue pintar de color de rosa, fortalecer y dar la victoria al imperialismo. La lucha de los comerciantes y de los intelectuales burgueses egipcios por la independencia de Egipto es, por las mismas causas, una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar del origen burgués y de la condición burguesa de los líderes del movimiento nacional egipcio, a pesar de que estén en contra del socialismo. En cambio, la lucha del gobierno "obrero" inglés por mantener a Egipto en una situación de dependencia es, por las mismas causas, una lucha reaccionaria, a pesar del origen proletario y del título proletario de los miembros de ese gobierno, a pesar de que son "partidarios" del socialismo. Y no hablo ya del movimiento nacional de otras colonias y países dependientes más grandes, como la India y China, cada uno de cuyos pasos por la senda de la liberación, aun cuando no se ajuste a los requisitos de la democracia formal, es un terrible mazazo asestado al imperialismo, es decir, un paso indiscutiblemente revolucionario.
Lenin tiene razón cuando dice que el movimiento nacional de los países oprimidos no debe valorarse desde el punto de vista de la democracia formal, sino desde el punto de vista de los resultados prácticos dentro del balance general de la lucha contra el imperialismo, es decir, que debe enfocarse "no aisladamente, sino en escala mundial" (v. t. XIX, pág. 257).
2) El movimiento de liberación de los pueblos oprimidos y la revolución proletaria. Al resolver la cuestión nacional, el leninismo parte de los principios siguientes:
a) el mundo está dividido en dos campos: el que integran un puñado de naciones civilizadas, que poseen el capital financiero y explotan a la inmensa mayoría de la población del planeta, y el campo de los pueblos oprimidos y explotados de las colonias y de los países dependientes, que forman esta mayoría;
b) las colonias y los países dependientes, oprimidos y explotados por el capital financiero, constituyen una formidable reserva y es el más importante manantial de fuerzas para el imperialismo;
c) la lucha revolucionaria de los pueblos oprimidos de las colonias y de los países dependientes contra el imperialismo es el único camino por el que dichos pueblos pueden emanciparse de la opresión y de la explotación;
d) las colonias y los países dependientes más importantes han iniciado ya el movimiento de liberación nacional, que tiene que conducir por fuerza a la crisis del capitalismo mundial;
e) los intereses del movimiento proletario en los países desarrollados y del movimiento de liberación nacional en las colonias exigen la unión de estas dos formas del movimiento revolucionario en un frente común contra el enemigo común, contra el imperialismo;
f) la clase obrera en los países desarrollados no puede triunfar, ni los pueblos oprimidos liberarse del yugo del imperialismo, sin la formación y consolidación de un frente revolucionario común;
g) este frente revolucionario común no puede formarse si el proletariado de las naciones opresoras no presta un apoyo directo y resuelto al movimiento de liberación de los pueblos oprimidos contra el imperialismo "de su propia patria", pues "el pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre" (Engels);
h) este apoyo significa: sostener, defender y llevar a la práctica la consigna del derecho de las naciones a la separación y a la existencia como Estados independientes;
i) sin poner en práctica esta consigna es imposible lograr la unificación y la colaboración de las naciones en una sola economía mundial, que constituye la base material para el triunfo del socialismo en el mundo entero;
j) esta unificación sólo puede ser una unificación voluntaria, erigida sobre la base de la confianza mutua y de relaciones fraternales entre los pueblos
De aquí se derivan dos aspectos, dos tendencias en la cuestión nacional: la tendencia a liberarse políticamente de las cadenas del imperialismo y a formar Estados nacionales independientes, que ha surgido sobre la base de la opresión imperialista y de la explotación colonial, y la tendencia al acercamiento económico de las naciones, que ha surgido a consecuencia de la formación de un mercado y una economía mundiales.
El capitalismo en desarrollo -dice Lenin- conoce dos tendencias históricas en la cuestión nacional. Primera: el despertar de la vida nacional y de los movimientos nacionales, la lucha contra toda opresión nacional, la creación de Estados nacionales. Segunda: el desarrollo y la multiplicación de vínculos de todo género entre las naciones, la destrucción de las barreras nacionales, la creación de la unidad internacional del capital, de la vida económica en general, de la política, de la ciencia, etc.
Ambas tendencias son una ley mundial del capitalismo. La primera predomina en los comienzos de su desarrollo, la segunda caracteriza al capitalismo maduro, que marcha hacia su transformación en sociedad socialista (v. t. XVII, págs. 139-140).
Para el imperialismo, estas dos tendencias son contradicciones inconciliables, porque el imperialismo no puede vivir sin explotar a las colonias y sin mantenerlas por la fuerza en el marco de "un todo único"; porque el imperialismo no puede aproximar a las naciones más que mediante anexiones y conquistas coloniales, sin las que, hablando en términos generales, es inconcebible.
Para el comunismo, por el contrario, estas tendencias no son más que dos aspectos de un mismo problema, del problema de liberar del yugo del imperialismo a los pueblos oprimidos, porque el comunismo sabe que la unificación de los pueblos en una sola economía mundial sólo es posible sobre la base de la confianza mutua y del libre consentimiento y que para llegar a la unión voluntaria de los pueblos hay que pasar por la separación de las colonias del "todo único" imperialista y por su transformación en Estados independientes.
De aquí la necesidad de una lucha tenaz, incesante, resuelta, contra el chovinismo imperialista de los "socialistas" de las naciones dominantes (Inglaterra, Francia Estados Unidos de América, Italia, Japón, etc.), que no quieren combatir a sus gobiernos imperialistas ni apoyar la lucha de los pueblos oprimidos de "sus" colonias por liberarse de la opresión, separarse y formar Estados independientes.
Sin esta lucha es inconcebible la educación de la clase obrera de las naciones dominantes en un espíritu de verdadero internacionalismo, en un espíritu de acercamiento a las masas trabajadoras de los países dependientes y de las colonias, en un espíritu de verdadera preparación de la revolución proletaria. La revolución no habría vencido en Rusia, y Kolchak y Denikin no hubieran sido derrotados, si el proletariado ruso no hubiese tenido de su parte la simpatía y el apoyo de los pueblos oprimidos del antiguo Imperio Ruso. Ahora bien, para ganarse la simpatía y el apoyo de estos pueblos, el proletariado ruso tuvo, ante todo, que romper las cadenas del imperialismo ruso y librarlos de la opresión nacional.
De otra manera, hubiera sido imposible consolidar el Poder Soviético, implantar el verdadero internacionalismo y crear esa magnífica organización de colaboración de los pueblos que lleva el nombre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y que es el prototipo viviente de la futura unificación de los pueblos en una sola economía mundial.
De aquí la necesidad de luchar contra el aislamiento nacional, contra la estrechez nacional, contra el particularismo de los socialistas de los países oprimidos, que no quieren subir más arriba de su campanario nacional y no comprenden la relación existente entre el movimiento de liberación de su país y el movimiento proletario de los países dominantes.
Sin esa lucha es inconcebible defender la política independiente del proletariado de las naciones oprimidas y su solidaridad de clase con el proletariado de los países dominantes en la lucha por derrocar al enemigo común, en la lucha por derrocar al imperialismo.
Sin esa lucha, el internacionalismo sería imposible.
Tal es el camino para educar a las masas trabajadoras de las naciones dominantes y de las oprimidas en el espíritu del internacionalismo revolucionario.
He aquí lo que dice Lenin de esta doble labor del comunismo para educar a los obreros en el espíritu del internacionalismo:
Esta educación... ¿puede ser concretamente igual en las grandes naciones, en las naciones opresoras, que en las pequeñas naciones oprimidas, en las naciones anexionistas que en las naciones anexionadas? Evidentemente, no. El camino hacia el objetivo común -la completa igualdad de derechos, el más estrecho acercamiento y la ulterior usión de todas las naciones- sigue aquí, evidentemente, distintas rutas concretas, lo mismo que, por ejemplo, el camino conducente a un punto situado en el centro de esta página parte hacia la izquierda de una de sus márgenes y hacia la derecha de la margen opuesta. Si el socialdemócrata de una gran nación opresora, anexionista, profesando, en general, la teoría de la fusión de las naciones, se olvida, aunque sólo sea por un instante, de que "su" Nicolás II, "su" Guillermo, "su" Jorge, "su" Poincaré, etc., etc abogan también por la fusión con las naciones pequeñas (por medio de anexiones) -Nicolás II aboga por la "fusión" con Galitzia, Guillermo II por la "fusión" con Bélgica, etc.-, ese socialdemócrata resultará ser, en teoría, un doctrinario ridículo, y, en la práctica, un cómplice del imperialismo. El centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros de los países opresores tiene que estar necesariamente en la prédica y en la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos. De otra manera, no hay internacionalismo. Tenemos el derecho y el deber de tratar de imperialista y de canalla a todo social-demócrata de una nación opresora que no realice tal propaganda. Esta es una exigencia incondicional, aunque, prácticamente, la separación no sea posible ni "realizable" antes del socialismo más que en el uno por mil de los casos. Y, a la inversa, el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: "unión voluntaria" de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede pronunciarse tanto a favor de la independencia política de su nación como a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar en todos los casos contra la mezquina estrechez nacional, contra el aislamiento nacional, contra el particularismo, por que se tenga en cuenta lo total y lo general, por la supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general. A gentes que no han penetrado en el problema, les parece "contradictorio" que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la "libertad de separación" y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la "libertad de unión". Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin (v. t. XIX, págs. 261-262).