La crisis económica, en extremo profunda, que se manifiesta actualmente en los países capitalistas, lleva consigo una agravación extraordinaria de todos los antagonismos del capitalismo. Ella agrava los antagonismos tanto interiores como exteriores del sistema capitalista.
Ahora se observa claramente que la apreciación hecha por los comunistas al comienzo de la crisis económica mundial estaba justificada del todo. Contrastando con la opinión expuesta por los economistas y los políticos burgueses, la crisis, no sólo no ha disminuido en el transcurso de estos últimos dieciséis meses, sino que, por el contrario, se agravó. Bastaron algunas cifras para demostrarlo.
En los países capitalistas de mayor importancia constatamos al principio del corriente año, en lo que se refiere al más alto coeficiente obtenido en el desarrollo de la industria frente a la crisis, es decir, a mediados del año 1929, la siguiente disminución de la producción: en los Estados Unidos, el 32 por 100; en Alemania, el 28 por 100; en Inglaterra, el 19 Por 100; en Polonia, el 25 por 100, en Francia, donde la crisis ha comenzado algo más tarde, el 7 por 100.
Paralelamente a esta crisis industrial se asiste a la agravación de la crisis agraria. Esta se manifiesta por una disminución de los precios verdaderamente catastrófica. Los precios en grueso de un cierto numero de importantes productos agrícolas, de los cuales dependen las rentas de centenares de millones de campesinos en todo el mundo capitalista, se han reducido a la mitad e incluso a la tercera parte de lo que eran hasta entonces. Muy frecuentemente son inferiores al costo de la producción. Esta baja de los precios destroza de un modo espantoso centenares de millones de explotaciones campesinas.
Las reservas mundiales de los principales productos industriales y agrícolas han aumentado considerablemente, durante el año último, la desocupación y la miseria en las ciudades y en los campos de los países capitalistas y sus colonias. El carácter horrible de la crisis económica se manifiesta igualmente por una reducción considerable de las exportaciones y las importaciones, en el año 1930, de todos los países capitalistas sin excepción.
Si hace un año, es decir, al principio de la crisis, habia muchas gentes en los países capitalistas que confiaban en las declaraciones optimistas de los Gobiernos burgueses sobre el fin rápido de la crisis y la proximidad de un nuevo periodo de prosperidad, actualmente se comprueba un estado de espíritu totalmente opuesto. La Prensa burguesa hasta se ve forzada a reconocerlo.
En el año 1931, no solo no se manifiesta ningún sintoma de mejoramiento de la situación económica en los países capitalistas, sino que sucede lo contrario. La crisis continúa agravandose. Incluso no ha logra do todavia su mas bajo nivel. Estos últimos meses asistimos al crecimiento del numero de quiebras de reputaciones y Bancos capitalistas. Los negocios del capitalismo sufren tales perturbaciones que no se ve aín salida para la crisis.
Precisa reconocer que los economistas burgueses se hallan en muy dificil situación. Están obligados a encontrar siempre nuevos argumento para la crisis económica mundial. Incapaces de apropiarse la comprensión marxista, es decir, la única causa científica de la crisis, se debaten entre contradicciones infinitas.
«Estamos en un caos increible—escribe el célebre economista ingles Keynes—, pues, a pesar de especular con una máquina extraordinariamente sutil, cuyas leyes desconocemos, incurrimos en errores verdaderamente toscos.» (Wirtschaftsdienst de 19 de diciembre de 1920.)
La situación de los poilíticos burgueses no es mejor tampoco. Sus predicciones, relacionadas con una corta duración de la crisis, se han derrumbado. Su completa incapacidad para luchar contra la crisis se ha revelado abiertamente. En las amplias masas de los países capitalistas crece la desconfianza, tanto respecto de los economistas como de los políticos burgueses.
Basta leer la Prensa burguesa para convencerse de que el descontento crece respecto del capitalismo. En ella se refleja cada vez mejor este estado de espíritu. El célebre economista alemán Bonn, en su artículo titulado «Significación de la crisis americana», declara lo siguiente:
«En millares de corazones y cerebros se plantea la ingenua pregunta que sigue: «¿Tiene aún alguna justificación el sistema capitalista, si él mismo no se halla en condiciones de crear en el país más rico del mundo un orden que asegure a una población relativamente débil, trabajadora y constante, una renta de acuerdo con las necesidades humanas incrementadas por la técnica moderna, sin que de vez en cuando tengan que verse obligados millones de hombres a mendigar sopas de la caridad oficial o a refugiarse en los asilos nocturnes? » La significación de la crisis americana no sólo está en que la dirección de la economía o de la política económica de América se halla en manos de entidades puestas en entredicho, sino en el propio sistema capitalista. » (Die Neue Rundschau, febrero de 1931.)
Claro es que el honorable profesor califica de ingenua la pregunta para no alarmar. Pero no es menos evidente que la duda de la justificación del sistema capitalista se plantea entre millares de hombres de América y en todos los países donde domina el sistema capitalista.
La Neue Freie Presse, órgano de la gran burguesía austriaca, escribe, en su número de 1 de enero:
«Son muchos los que se preguntan ansiosamente si el sistema de la economía capitalista es responsable de todas estas desdichas.»
Y así es, en efecto. La creciente crisis económica agrava en extremo las contradicciones del capitalismo y plantea cada vez con mayor nitidez el problema de la justificación del régimen capitalista. Por eso se explica la declaración del líder del liberalismo inglés Lloyd George cuando dice:
«Si no tenemos ocupación para los sin trabajo es que la revolución se producido ya en este país. No sujetaréis en su caseta al perro si no podéis arrojarle algún hueso que roer.» (Manchester Guardian, 7 de enero de 1931.)
Con estas palabras se expresa todo el odio de la clase capitalista hacia la clase obrera y, al mismo tiempo, su miedo ante la fuerza pujante del proletariado.
Si en el interior de los países capitalistas la situación se hace cada vez más difícil, la situación no es más halagadora en lo que concierne a sus mutuas relaciones.
Tampoco es posible pretender que las relaciones entre las potencias imperialistas y sus colonias mejoren en estos últimos tiempos.
¿Puede afirmarse que los acuerdos o semiacuerdos obtenidos últimamente con los representantes de los terratenientes y de la burguesía india aseguran por un cierto tiempo la estabilidad de relaciones en la India misma? En una situación tal, en que la vida de la clase obrera y de los trabajadores del campo no mejora lo más mínimo, sino que se agrava más y más, no puede contar la India con estabilidad alguna.
Las tentativas hechas por los trabajadores de la Indochina con objeto de defender sus intereses se presentan por la Prensa burguesa de Francia como resultado de los «manejos bolcheviques». Tales alarmas, relativas al peligro bolchevique, no refuerzan en modo alguno la dominación del imperialismo. Por el contrario, acrecientan la popularidad de las ideas bolcheviques entre las masas coloniales. En China, el ruido de sables de los generales colabora estrechamente con los representantes de los grandes Estados imperialistas, pero también allí las clases dominantes han demostrado su completa impotencia para crear relaciones que permitan una holgura económica y una cierta mejoría en la situación de las masas trabajadoras.
En lo que respecta a las relaciones entre los países capitalistas, no se constata ningún robustecimiento de la estabilidad del régimen actual ni de la creencia en el porvenir, a pesar de que los representantes de los Gobiernos burgueses hacen esfuerzos inauditos para confeccionar toda suerte de tratados. Los representantes de algunos círculos burgueses de Alemania estudian oficiosamente las posibilidades de un acuerdo con Francia. Los representantes oficiales de la Gran Bretaña se pronuncian favorablemente por un acuerdo entre Francia e Italia en el asunto de los armamentos navales. La Sociedad de las Naciones, por iniciativa de los delegados de Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia, hace pública una declaración para espantar «las dudas en torno al establecimiento de una paz perpetua en Europa». Pero desde que en el fondo de todo se agitan grandes intereses económicos, que determinan, en último análisis, las relaciones políticas entre los diversos países, ningún progreso puede apreciarse. Con razón, pues, el presidente de la Conferencia aduanera europea y antiguo ministro holandés, Colijn, ha declarado francamente en la apertura de la conferencia de la Comisión europea de la Sociedad de las Naciones: «Los pueblos han per dido toda confianza en el trabajo de la Sociedad de las Naciones.»
En realidad, se registra una agravación de la lucha entre los países capitalistas por conquistar territorios para el mercado y disponer un nuevo reparto del globo. La crisis agrava todos estos antagonismos. Lo destroza todo, particularmente una parte de los países capitalistas; los debilita y suscita en los otros la esperanza de obtener nuevos territorios gracias a un nuevo reparto del globo. Al mismo tiempo, se agiganta el peligro de nuevas guerras imperialistas.
La larga duración de la crisis y su agravación demuestran el error absoluto de las medidas tomadas para combatirla. Con sus nuevas barreras aduaneras, los países capitalistas se cierran mutuamente la entrada de las mercaderías. Las conferencias económicas internacionales, parti-cularmente las conferencias agrarias, fracasan sin interrupción. Los países capitalistas aumentan porfiados sus armamentos, acrecientan su industria de guerra y se praparan para la lucha armada. Aunque el mundo esté ya repartido entre los diferentes países capitalistas, cada día se acentúa más el peligro de una guerra entre los países imperialistas para un nuevo reparto del globo.
Extraído del discurso El triunfo del Plan Quinquenal pronunciado en el VI Congreso de los Soviets de la URSS, celebrado en Moscú, en 1931.
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