Existe una marcada diferencia entre la política reformista y la política revolucionaria. La primera tiene como propósito final introducir o aplicar cambios en diversos ámbitos (económicos, sociales, políticos) que, aunque aparecen como trascendentales, no dejan de ser consecuencia de un fenómeno mayor, con lo que transitoriamente se pueden producir variaciones positivas, que al poco tiempo se ven anuladas porque las raíces que originaron su existencia se mantienen intactas. La política revolucionaria, por el contrario, ataca las fuentes que originan los fenómenos y, al hacerlo, actúa directamente en estos últimos. No es suficiente elevar los salarios de los trabajadores para entregar óptimas condiciones de vida a la clase obrera; hay que poner fin a la explotación asalariada, al régimen de propiedad privada sobre los medios de producción para liberarlos y asegurarlos el bienestar pleno y definitivo.
Los revolucionarios no nos oponemos a las reformas, las levantamos como banderas de lucha para la movilización de las masas, para conquistar reivindicaciones y derechos, pero siempre advirtiendo que no resolverán de manera definitiva los problemas, que en poco tiempo habrá que impulsar nuevas acciones y, sobre todo, que lo fundamental está en la transformación del sistema con la revolución social.
En los procesos revolucionarios las reformas constituyen una necesidad, pues, enmarcadas en la perspectiva de acabar con la explotación burguesa y la dominación imperialista, socavan el régimen imperante y, por ende, fortalecen el proceso. En este caso, las reformas son instrumentos políticos de acción revolucionaria imprescindibles.
Señalamos esto a propósito del proceso político que vive el país. Bajo un discurso aparentemente radical, se busca introducir en la conciencia del pueblo una política reformista como sinónimo de revolucionaria, una propuesta sistémica como la panacea para resolver problemas económicos y sociales que tienen su origen en el sistema capitalista imperante. Esta línea de acción es impulsada por sectores de la burguesía para atraer a su lado a sectores descontentos de las masas, disputando la influencia que entre ellas tienen las organizaciones revolucionarias.
El reformismo, en distintos momentos y lugares, ha sido utilizado por las mismas clases dominantes para desviar la lucha de las masas de sus objetivos revolucionarios y construir un movimiento que, aunque parezca radical, no ponga en riesgo la existencia del sistema.
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