jueves, mayo 17, 2012

La organización infantil de los Pioneros cumple 90 años

Tomado de Cultura Bolchevique

El 19 de mayo de 1922 se establecía una nueva organización, esta vez de carácter infantil: Los pioneros.

Tras la Revolución de Octubre, en muchas localidades se comenzaron a agrupar niños, sobretodo hijos únicos. Es en ese contexto en el que el Partido pide al Komsomol la creación de una organización que abarque a todas estas organizaciones infantiles. El 19 de mayo de 1922, la Segunda Conferencia del Komsomol decide crear organizaciones de Pioneros. En Octubre de ese mismo año, la organización de Pioneros adquiere carácter estatal, bajo la estructura del Komsomol.

El principal objetivo de los Pioneros era la preparación de niños y niñas en edad escolar para unirse a la Unión de Jóvenes Comunistas. Para ello realizaban actividades concretas como visitas a fábricas, actividades contra el analfabetismo infantil etc.

Los pioneros se organizaban en destacamentos, hasta 15 niños. Había destacamentos en cada clase o escuela, organizaciones locales regionales etc. Podían ingresar niños de 9 a 14 años, a partir de ahí podían pasar al Komsomol.

Durante la Gran Guerra Patria, en un momento límite, la organización de los Pioneros realizó actividades que la llevaron a ser ejemplo para toda la Unión Soviética. Asistían a las familias de los soldados, se encargaban del reparto de medicinas, recogían chatarra, recaudaban fondos para el frente, iban a los hospitales a visitar a los heridos etc. Las obras de Arkadi Gaidar, populares entre los niños soviéticos, destacaban ese patriotismo desinteresado de los pioneros.

Durante la guerra aquellos niños que hasta entonces jugaban, corrían y bromeaban; demostrarían un valor inimaginable. El pequeño corazón de cada niño concentraba una gran valentía, un patriotismo y una nobleza que serviría de ejemplo en toda la Unión soviética. Es por ello que cada 19 de mayo se celebra el día de la infancia soviética hasta 1991, año en que la URSS llega a su final. Hoy, los comunistas aún mantienen organizaciones de pioneros y celebrarán el próximo 19 diferentes actividades coincidiendo con el 90 aniversario de su creación. El heroísmo de pioneros y pioneras como Valya Kotik, Marat Kazei o Lenya Polikov queda en el cajón de temas a tratar en Cultura Bolchevique.

viernes, mayo 11, 2012

Otra mirada sobre Beria

Por Juan Manuel Olarieta


En “Civilización Socialista” se perfila un balance muy superficial y equivocado sobre el papel de Beria en la época que rodea la muerte de Stalin, cuya fuente inspiradora es la obra “Otra mirada sobre Stalin” escrita por el belga Ludo Martens. Dicho balance aporta muy pocos elementos de juicio para dar una opinión acerca del papel que Beria desempeñó dentro de los debates internos del PCUS y de la URSS en aquel momento. Además no considero que el criterio de Ludo Martens, en este y en otros aspectos, tenga un solvencia suficiente como para valorar su destitución y posterior ejecución. Más bien al contrario, creo que Martens defenfoca ésta y otras cuestiones cuya importancia para el movimiento comunista internacional es difícil ignorar, ya que conciernen al ascenso del revisionismo a la dirección del PCUS y, por consiguiente, a l destrucción y posterior desmantelamiento del socialismo en la URSS.

Para trazar un cuadro general es necesario aportar al debate los elementos claves de aquel momento, ninguno de los cuales aparecen en el artículo de “Civilización Socialista”, que se desliza hacia el idealismo por el camino fácil de las “ambiciones” y las “conspiraciones” tan famosas cuando se habla de la URSS. Pero dichas “conspiraciones” tendrán un motivo, que no puede ser otro que el desacuerdo con la línea que se estaba a punto de imponer dentro del PCUS y que, en realidad, fue la auténtica “conspiración”: la del “clan emergente” de Kruschev.

Lo primero que debe quedar claro, en consecuencia, es que previamente existía una batalla ideológica interna dentro del PCUS, que no existía el manoseado “monolitismo” de la época de Stalin, hasta tal punto que durante muchos años, hasta 1952, no se convocó un Congreso del partido, algo que la guerra mundial sólo justifica parcialmente. El partido bolchevique estuvo siempre muy lejos de la unidad, como no podía ser de otra forma, dados los siguiente factores:

- la juventud del movimiento comunista internacional y la falta de experiencias previas de construcción del socialismo

- la intensa lucha de clases desplegada desde el mismo momento de la revolución de 1917

- el cerco imperialista, que a partir de 1945 se teje con la amenaza de la bomba atómica

La estupidez del “culto a la personalidad” de Stalin después de la victoria de la URSS en la guerra, lo mismo que el amparo bajo la figura de Lenin en 1924, fueron los paraguas que disimulaban esa falta de unidad interna. Fueron los revisionistas como Kruschev los que pusieron a Stalin en un pedestal lo suficientemente alto como para que, muy pocos años después, su caída fuera más estrepitosa. Antes de 1956 todo lo malo fue culpa de Stalin, mientras que lo bueno se logró a pesar de él. Es la reencarnación del idealismo histórico, cuyo alcance explicativo es nulo.

Por lo tanto, si no podemos prestar ninguna solvencia al Informe Secreto de Kruschev en lo que a la figura de Stalin se refiere, ¿por qué se la hemos de prestar en lo que a Beria concierne?

Pero sucede que, además, inmediatamente después de la muerte de Stalin, la batalla interna dentro del PCUS estuvo planteada entre Beria y Kruschev, por lo que tampoco podemos tener a éste como fuente argumental en una polémica en la que había sido parte interesada.

Hay otro aspecto que conviene poner de manifiesto: es totalmente contrario a la experiencia del movimiento comunista internacional la supuesta afirmación de Molotov según la cual Beria estaba “a la derecha de Krushev”. Parece que estar “a la derecha” es siempre malo, cuando lo cierto es que eso depende de dónde estuviera entonces Kruschev. En los debates internos, las líneas políticas se condicionan unas a otras y se definen las unas por las otras, normalmente en planos simétricos, es decir, las posiciones derechistas con las izquierdistas. Sería verdaderamente sorprendente -aunque nada debemos descartar- que una línea oportunista de derechas estuviera enfrentada a otra más derechista todavía, como dice Molotov.

Una vez que queda clara la falta de unidad interna del PCUS queda conocer sobre qué aspectos basculaban las divergencias y, en efecto, la cuestión de la agricultura y la industria ligera es uno de ellos, calificando como “derechistas” propuestas, como las de Beria, favorables al desarrollo de ese tipo de sectores económicos, aparentemente en contradicción con la línea que se venía manteniendo desde el I Plan Quinquenal de desarrollo de la industria pesada y las infraestructuras. Si eso es cierto, también lo es que en 1956, después del XX Congreso, ese debate seguía pendiente, y es mucho más cierto aún que una de las cuestiones que llevaron a la caída de la “camarilla antipartido”, es decir, de Malenkov, Molotov y Kaganovich, fue precisamente que eran partidarios de lo mismo que Beria, frente a la postura de Kruschev en ese momento, que era favorable al desarrollo de la industria pesada. Por lo tanto, curiosamente, el revisionismo se abrió camino dentro del PCUS con el inmovilismo, con una aparente defensa a ultranza de la planificación económica que hasta ese momento había sido tradicional en la URSS.

Naturalmente, que eso hubiera sido un error, es decir, que en 1956 era erróneo lo que en 1930 era correcto. Por eso, Kruschev se apoderó de las riendas del PCUS con una política económica errónea cuyo fracaso le iba a servir de justificación de la batería de reformas económicas con la que se inició la destrucción del socialismo en la URSS. Si esta argumentación es correcta, las posiciones “derechistas” de Beria en 1953 también lo serían y dejarían claro que en la posguerra la política económica soviética debía cambiar y que había una amplia corriente interna dentro del PCUS favorable a ese cambio que, por lo demás, suponía una relajación de las fuertes tensiones económicas vividas en la URSS en la etapa anterior a la guerra y como consecuencia de ella. En 1953 la guerra seguía, pero se trataba “sólo” de una guerra fría.

Otro aspecto a tener en cuenta es la presencia en los ministerios económicos de la URSS de los viejos militantes mencheviques así como los seguidores de Bujarin, es decir, de los oportunistas de derechas, que no fueron suficientemente depurados en los procesos de Moscú, manteniendo sus cargos buena parte de ellos, como se demuestra por dos detalles importantes. El primero es que en 1952 Stalin tuvo que redactar su libro “Problemas de la construcción del socialismo”, una obra clave que surge como conclusión -provisional y genérica- de un debate interno dentro del PCUS. El segundo es que durante 30 años no se pudo alcanzar un acuerdo para acabar de redactar el “Manual de Economía Política”, cuya publicación se postergó hasta después del XX Congreso. Las posiciones derechistas (mencheviques, bujarinistas y luego kruschevistas) dentro de la dirección económica de la URSS consistieron en hacer de la NEP, que era una fase excepcional, en una política general. Esa posición hizo de la colectivización y la planificación socialista su caballo de batalla, imponiéndose a partir de 1956 al convertir la necesidad de un cambio en las prioridades económicas que era correcto, en una liquidación progresiva del socialismo.

No obstante, el capítulo económico sólo representaba una parte de lo que en la URSS debía cambiar a partir de 1945. Hay otras consideraciones que tienen que aparecer para adoptar un posicionamiento claro en la caída de Beria y en el rumbo posterior que el movimiento comunista internacional adoptó aquellos años. Con la victoria en la guerra, la URSS había dejado de ser el único país socialista, lo que debería haber contribuido a replantear de manera radical las relaciones del PCUS con los demás partidos comunistas del mundo. También aquí lo que había sido correcto a partir de 1919, cuando se fundó la III Internacional, no lo era en 1945, pero ni hubo un debate público acerca de aquella experiencia, ni se explicaron las causas de su disolución, ni el retardo de la misma, ni tampoco los motivos de la creación de la Kominform, ni por qué en dicha organización entraron unas organizaciones pero no otras. Es muy posible que, lo mismo que sucedió con la falta de convocatoria del Congreso del partido bolchevique, tampoco ese debate internacional trascendiera por la falta de acuerdo interno. Desde luego los revisionistas, tan amantes ellos de la democracia interna, fueron -una vez más- los máximos beneficiarios de esa situación, procediendo a disolver la Kominform en cuanto las cosas se les pusieron feas para sus intereses. Sin más explicaciones, con ese peculiar estilo suyo que luego imputan a los comunistas.

Para terminar, hay otro elemento en la caída de Beria que me parece necesario tomar en consideración porque, sin duda, fue decisivo: Beria era el responsable del programa nuclear soviético, por lo que, si tenemos en cuenta la amenaza imperialista, que había lanzado dos bombas nucleares contra la población civil de Japón, es más que evidente que existe alguna relación entre ambos acontecimientos. El debate sobre la guerra nuclear se extiende -dentro y fuera del PCUS- a lo largo de varias décadas y reaparece en la polémica chino-soviética de los años sesenta, en donde ambos partidos adoptan posturas muy divergentes sobre la guerra nuclear, el rearme y la lucha por la coexistencia pacífica. ¿Qué es lo que estaba discutiendo el movimiento comunista internacional a partir de 1945? A mi modo de ver, nada más y nada menos que la relación entre la revolución y la guerra, algo que, a pesar de su importancia, el marxismo-leninismo estaba lejos de haber aclarado. De hecho así continúa hoy mismo, cuando las cuestiones militares están muy lejos del horizonte de los comunistas de muchos países.

Para demostrarlo no hay más que recurrir a la polémica de Stalin con el coronel Ramzin en la posguerra acerca de Clausewitz. Aunque Stalin había dirigido de forma magistral las operaciones militares de la II Guerra Mundial, las conclusiones que obtuvo de aquellos acontecimientos fueron equivocadas, lo cual a vez indica que los principios militares dominantes en la etapa de la III Internacional también eran erróneos y, por consiguiente, que el coronel Ramzin tenía razón y Stalin estaba equivocado: los fundamentos del marxismo-leninismo en materia militar sí están en Clausewitz y correspondió a Mao el mérito de recordarlo, estableciendo un análisis correcto de las relaciones entre la revolución y la guerra con su concepto de “guerra popular prolongada”.

Por consiguiente, en la polémica chino-soviética de los años sesenta las posiciones correctas en el terreno militar fueron las defendidas por el Partido Comunista de China. La coexistencia pacífica fue y sigue siendo una consigna justa del movimiento comunista internacional, máxime en la era nuclear que padecemos. Pero los revisionistas soviéticos volvieron a aprovecharse de una política justa para hacer de ella algo distinto, una capitulación en toda regla ante el imperialismo, materializada en el Tratado de No Proliferación de 1963, un acto vergonzoso si los revisionistas hubiera tenido vergüenza alguna vez.

Con los elementos de juicio que he dejado planteados, los lectores de “Civilización Socialista” deben comprender que ésta es la auténtica situación del movimiento comunista internacional, no muy diferente hoy de la de 1956, es decir, en donde hay muchas preguntas y pocas respuestas. Que toda esta confusión interna la ha introducido el revisionismo, a pesar de su confesada afición por los debates, me parece evidente. La experiencia debe servir para tener en cuenta que la lucha contra el revisionismo está a la orden del día, hoy como entonces. Lo extraño es que si los revisionistas, y Kruschev en particular, cargaron contra Beria en 1953 cuando se aprestaban a asestar una puñalada por la espalda al movimiento comunista internacional, las víctimas de los revisionistas, y Beria en particular, no tuvieran ni siquiera una parte de razón en sus propuestas.

lunes, mayo 07, 2012

La libertad de los pueblos y el socialismo

Por KIMETZ
La nación es un fenómeno histórico que nace con el capitalismo y que está supeditada a las reglas generales del desarrollo de las sociedades humanas. No es un ente inmutable y eterno, sino que posee una base material comprensible. Para entendernos, no es posible definir conceptualmente la nación vasca, sin haber analizado profundamente las relaciones económicas, políticas y sociales que rigen el desarrollo de esa comunidad, su cultura, su historia y cuál es la significación histórica que como nación oprimida tiene el pertenecer a dos estados diferentes. En definitiva, la nación debe su existencia a leyes objetivas y materiales.
Respecto a las leyes que rigen la existencia nacional, podemos decir que la nación es un ámbito en el que se producen y reproducen tanto el capital como la fuerza de trabajo, en el que se producen y reproducen las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Por tanto, la nación es un ámbito en el que se producen y reproducen las clases y la lucha de clases. Así entendida, la nación es un conjunto de condiciones de producción. Por tanto, nuestra nación, la vasca, es una realidad objetiva y para poder hablar de su emancipación, debemos hablar del contexto económico y social en el que las personas que forman parte de esa nación desarrollan su propia existencia, de cómo emancipar a la clase social a la que pertenecemos, y de cómo se va a desarrollar el programa político que culminará con la superación de la opresión de clase y con la independencia real de Euskal Herria. Resulta ridículo siquiera plantear la emancipación de Euskal Herria, sin tener en cuenta los intereses de la mayoría, la clase obrera vasca. Porque no se puede hablar de soberanía de manera abstracta sin definir a quien nos referimos cuando hablamos de esa soberanía y de cómo será ese escenario soberano cómo apuesta estratégica.
Adoptar vías intermedias, como la de un estado moderno independiente para avanzar hacia el socialismo en Euskal Herria, es adoptar posiciones claudicantes ante los intereses de la burguesía vasca, cualquiera que sea su tamaño y rango social, y no deja de ser un proyecto acientífico y carente de rigor. El problema nacional es parte del problema de la revolución, es decir, indisoluble a la lucha de clases. El aspecto nacional está supeditado al aspecto social. No poseen ritmos diferenciados y la cuestión nacional no se desarrolla más rápido que la social.
La emancipación como estrategia de clase y la soberanía como estrategia nacional son la manera correcta de entender la dialéctica que se da entre la contradicción nacional y la lucha de clases, pero todo ello está supeditado a que la clase obrera, la clase que quiere y debe emanciparse como sujeto motriz del proceso de liberación nacional, disponga de las herramientas que le posibiliten cumplir las tareas que la historia le designa como clase social oprimida.
¿Por qué decimos que la clase obrera necesita su organización independiente para acometer esas labores? Porque no se puede obviar la composición de las clases sociales para organizarse, y después aparecer como defensor de la clase obrera desde posiciones interclasistas.
Así mismo es necesario analizar de manera profunda cual es la composición económica y política de Euskal Herria dentro de los estados español y francés, y que posiciones ocupan esos estados a nivel económico y a nivel político internacional en la estructura del imperialismo. Será el desarrollo de esa composición económica y la evolución de esa posición política lo que influirá de manera determinante en la táctica a llevar con respecto a la lucha por la liberación nacional y por la emancipación como clase social oprimida.
Nosotros sostenemos que no se puede hablar de la unidad sin hablar de las reglas generales del desarrollo de la sociedad y la necesidad de articular en base a la existencia de clases sociales las respuestas para la transformación y superación del capitalismo. Por lo tanto, hablar de unidad, una vez más, sin plantear como organizar a la clase social mayoritaria de Euskal Herria, es hablar de unidad en lo abstracto.
Equiparar la clase obrera vasca con Euskal Herria y los intereses como nación oprimida a la existencia de un estado vasco es ver el bosque y no ver los árboles y además es ocultar la cuestión principal: nuestra condición de pueblo oprimido, entre dos estados opresores, pero en un momento concreto de desarrollo económico y social, llamado capitalismo. Además, para emancipar a la clase obrera vasca, es necesario reconocer que el sujeto revolucionario es esa misma clase obrera, y lo contrario es aceptar que serán otras clases sociales las que asuman el liderazgo del proceso de liberación nacional.
Por lo tanto, entendemos que no se puede hablar de emancipación sin hablar de socialismo y sin hablar claramente del imperialismo, de la significación histórica del estado como elemento de dominación, de la superación y desaparición de las clases sociales y de cuál es la clase social llamada a liderar el proceso de liberación nacional de este pueblo.
Para acabar, creemos que es una irresponsabilidad dejarse enredar en vías intermedias, porque lo que encierra es un elemento político sumamente peligroso, como es la llamada a que la clase obrera y los pueblos abandonen la lucha por la conquista del poder y hagan suyas las exigencias de retornar al llamado Estado del Bienestar, impulsado seis décadas atrás por la burguesía como mecanismo de acumulación y desarrollo capitalistas para enfrentar la crisis que en ese momento carcomía al sistema y como medida política para hacer frente a un floreciente socialismo que atraía la atención de las masas.